Castilla, un resurgimiento material necesario

Por un castellanismo contra la Agenda 2030

"Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo" (T. A. Edison).

sábado, 29 de septiembre de 2018

El porvenir de Castilla y de su industria


Guerra al señoritismo


Por Mariano de Santiago Cividades


(El Adelanto (Salamanca), 24 de setiembre de 1932, p. 3)


Si Cataluña y otros pueblos del Norte con la aprobación de Estatutos y mercedes, consiguen mejoras en su economía y adelantos industriales, ¿qué papel queda a los habitantes de las mesetas castellanas, donde el trigo y productos agrícolas, cuestan tanto producirlos como ellos valen, las ganaderías están depauperadas, hay pocas industrias y aumentan los sin trabajo?

¿Tendrán que emigrar a las costas? ¿Acaso cambiar de rumbo y trabajar con afán? Como esto es una verdad, aunque no sea agradable,
es preciso hablar claro.

Se van terminando los tiempos en que se podía vivir de la renta y apellidos; los hijos de los propietarios, después de recibir instrucción adecuada, deben ponerse al frente de sus dehesas y plantaciones; la agricultura no quiere nobleza.

Si la aristocracia española hibiera vivido cerca de los colonos, y hubiera mejorado sus fincas, y atendido a sus míserias, no tendría que lamentarse de la Reforma agraria. Los kuloc o hacendados rusos que vivían en el campo, siguen explotando sus fincas a pesar del comunismo. Pero esos señores salían algo más de sus fincas, que los conejos y perdices que se matan en un ojeo.

Felizmente, son bastantes en Salamanca los que explotan sus dehesas y saben los sinsabores del laboreo.

¿No se podrá transformar la explotación?

En los campos donde el tractor ha hecho la labor más profunda, la cosecha ha sido mejor.

Los rusos, según sus publicaciones, han encontrado una variedad de trigos de 500 especies; las Secciones agronómicas de aquí y de Ávila, venden una clase de trigo que da de 45 a 50 fanegas.

La necesidad apremiante es la conversión en terreno de regadío el terreno de secano; con esto aumentaría varias veces su riqueza; así que urge construir los caneles del pantano del Águeda y activar los proyectos de los del Barco de Ávila y Hoyos del Espino, que regulen el régimen del Tormes con su gran embalse de La Maya.

A esto debe seguir la vigilancia en el desmoche y tala de los montes, que si desaparecen, morirá la gallina de los huevos de oro, y la repoblación de vides en la Sierra de Francia, con los pinos y castaños de Japón, inmunes a la plaga llamada "tinta".

La hulla blanca o energía eléctrica de los saltos del Tormes y del Duero, tienen que favorecer las industrias. Antes de crear las nuevas, fomentar las existentes, como los telares bejaranos.

El abastecimiento de otras nuevas, tiene que ser sin duda de las que abunden las primeras materias. 

¿Dónde se fabrica la suela con exceso y abundan las pieles, no se podrá poner fábrica de calzado?

Así ocurrirá con las industrias derivadas de la agricultura.

Y en vez de gravarlas con nuevos tributos, fomentar con premios a los carroceros, rejeros, ebanistas, a los obreros que se distingan en el mérito de la obra.

Hoy el trabajo manual se paga tanto como el intelectual.

Puesto que sobran médicos, abogados, ¿qué rumbo tomarán los jóvenes?

Hace poco presencié en Béjar cómo los telares de más trabajo eran aquellos que, como el de los hermanos Izard, eran regidos por sus dueños los primeros obreros. 

También supe después que los Hijos de Gómez Rodulfo, habían aprendido el oficio en Cataluña y en el extranjero.

No hay cosa como el ejemplo. Se puede vestir la blusa del obrero durante las horas de trabajo y luego mostranse como individuo de educación esmerada.

Todos menos pasarse la vida en la holganza.

El trabajo es dura ley que alivia otros sinsabores de la vida.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Horizontes castellanos

Por Ángel Ledesma

(+1919)


(Castilla, revista regional ilustrada (Toledo), 10 de mayo de 1918, p. 45)



(Noticiero de Soria, 31 de mayo de 1923, p. 1)
 


Una tarde de invierno benigno, cabalgaba acariciado por el sol. En torno mío el silencio del campo este silencio amigo -rumoreaba sones múltiples, de referencias imprecisas. En la ancha plana del paisaje, poseídos de la fervorosa contemplación de la tierra callada y desnuda, atendían mis ojos toda esta silueta austera del horizonte castellano. Por la asociación inevitable de recuerdos, dentro del pecho martilleaba el corazón gozoso. Y marchaba con él, midiendo sus latidos, el compás infatigable del tiempo, que hacía declinar el sol tras la sierra.

Cuando iba a adentrarme bajo los encinares, al ahuyentar su vuelo una bandada, fui madurando estas meditaciones que después he trascrito.

La tierra

Al hablar de la tierra, tomada aquí en el sentido de patria chica, y apego al terruño nativo, no podemos menos de pensar eso que pudiera calificarse de amor geográfico, tan desatendido por los españoles. Los sentimientos de todas estas patrias chicas forman, aunados, el sentimiento nacional, que corre a lo largo de la Historia extensa y se posa, principalmente en la literatura erudita, que ha contribuido a forjar el celo patriótico. Pero otro sector, más importante y representativo, la llamada literatura clásica apenas si refleja ese conocimiento y ese amor de la tierra, de la geografía, cuya falta hoy notamos. 

Nuestros clásicos -excepción de Santillana, de Fray Luis, de Cervantes, de Lope, de Góngora y algún otro muy contado- hicieron pocas o ninguna vez alusión a lugares y parajes realmente conocidos por ellos. De aquí que hoy se diga, como hasta ahora no se había creado el sentimiento artístico del paisaje. Y otras cosas por el estilo. 

Todo esto, para concluir, que hemos sido poco amantes de nuestras cosas con conciencia de amor, es decir, con reflexión de hombre. Por esto, el nombre de Castilla, como el hombre de casi toda España, ha sido y seguirá siendo, ¡sabe Dios hasta cuándo!, de la tierra, y no de la tierra del hombre. En ciertas condiciones de libertad -le parecía a Ibsen- el hombre puede ser, no mucho más feliz, pero sí más noble. Condición primera de libertad es el conocimiento de la tierra sobre la que se vive; sin ese conocimiento, que es amor, el hombre sigue amarrado a ella.

Porque ligado a este problema de sentimiento, que parece sencillo, siendo en realidad muy complejo, marcha a su paso el problema económico de la tierra misma. Ambos caminan por idénticas rodadas. La carencia de sentido estimativo, el desconocimiento de las cosas de casa, de nuestro valer propio, nos ha traído horrendos males. Mejor dicho, un solo mal: la desconfianza en nosotros mismos. Y desconfianza en desamor, cualidad de negación que desliga y aísla, que engendra dolores y odios. Es preciso y urgente conocer nuestra tierra para atizar el rescoldo de nuestro cariño hacia ella. Conseguir esto, es trabajar por ella. 


Salamanca, 1918

lunes, 24 de septiembre de 2018

Regionalismo castellano


(El Imparcial (Madrid), 15 de junio de 1916, p. 5)

Esta tarde, a las siete, en el Centro Castellano, disertaba su presidente D. Valero Díaz acerca de la necesidad de organizar y fomentar un sano regionalismo leonés-castellano, que sirva de contrapeso a otros regionalismos. A la conclusión se celebrará junta general.

domingo, 23 de septiembre de 2018

La Fiesta de Castilla


Un artículo del "Diario de León"

(El Día de Palencia, 14 de junio de 1930, p. 8)

En nuestro estimado colega "Diario de León" se inserta un artículo que con el título de "Regionalismo mal entendido", firma C. Aral.

No hemos de dejar nosotros sin contestar ciertos extremos equivocados que se mantienen en el referido artículo, sin duda por concepto erróneo de lo que será esta fiesta de exaltación y aproximación regional.

No es la primera vez -justo es reconocerlo- que se plantea esta misma cuestión, quizá por un concepto demasiado restringido y estrecho sobre si el reino de León está considerado como un añadido a Castilla, o mejor dicho, como una división meramente histórica o administrativa, pero que no puede tener otra realidad que la de una tradición gloriosa, de la que nosotros -los hijos de la región castellano-leonesa- nos enorgullecemos justamente.

Lejos de lo que el señor Aral cree, la fiesta de Castilla será una exteriorización de un "bien entendido regionalismo" para intensificar el amor a la tierra que nos vio nacer, exaltando lo que más rectamente llega a lo íntimo de todos los corazones, estos elementos típicos que, como nacidos y arrancados de las entrañas del pueblo, tienen la virtud de conmover el espíritu popular.

Con orgullo de hijos, confesamos los palentinos nuestro leonesismo, pero no en sentido angosto y exclusivista que deja entrever este artículo, sino con la amplitud que da una comunidad de historia, de raza, de costumbres, de paisaje sobretodo, pues no hay que que olvidar que una misma es la configuración del terreno en todas las provincias castellano-leonesas, con los mismos inmensos trigales, con idénticos páramos resecos, con las mismas llanuras infinitas.

Y no hay que olvidar tampoco que en la misma provincia de Palencia y de León, los páramos y las montañas se tocan y confunden en los trigales de Grajal y de Villada y en las montañas de Guardo...

Y porque no se pueden establecer fronteras y diferenciaciones caprichosas, donde no existe más que una entidad espiritual y de raza indiscutible, es por lo que se pretende hacer de la fiesta de Castilla una fiesta de fraternidad, de estrechamiento de lazos y de supresión de arbitrarias fronterillas, tan endebles e inseguras que se desmoronan el más débil razonamiento.

Quisiéramos nosotros que el señor Aral (dejando a un lado prejuicios ridículos y absurdos) asistiese a la fiesta que ha de celebrarse en Palencia, comprobando en ella que Castilla es León y León es Castilla, que es una misma y única región que, unida en la Historia y en el paisaje, en raza y en las costumbres...

Y bajo el pendón morado de Castilla quisiéramos cobijar a las once provincias castellano-leonesas.

No importa que la Historia estableciese el reino de León, tan lleno de gestos heroicos y tradiciones gloriosas; pero basta una ligera ojeada a la Historia para ver que el mismo espíritu animaba al reino de León y de Castilla, y que si íntimamente juntos fueron en la larga caminata de los siglos, resulto absurdo y suicida pretender en este momento establecer unas fronteras que jamás existieron, sembrando menudas inquietudes, que sólo pueden disculparse por un concepto erróneo y exclusivamente restringido.

He aquí por qué se reclama para la Fiesta de Castilla el recurso de León. En esta fiesta queremos los palentinos hacer un alarde de solidaridad y completa y absoluta identificación regional de Castilla y León, siempre indisolublemente unidas.

Llamémosla, si queremos, "Fiesta de Castilla y de León" pero no pretendamos encontrar unas fronteras que no han existido jamás, porque las arrollaron los impulsos y los efectos de una misma raza única y gloriosa.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Acción castellana

Las relaciones palentino-burgalesas, solidaridad regional, del modo de llegar al beneficio práctico 


Por Gregorio Fernández Díez

(Quintanamanvirgo, 1891-Barcelona, 1954)


(El Día de Palencia, 14 de setiembre de 1929, p. 1) 

El estrechamiento de las relaciones palentino-burgalesas es ciertamente, para mí, motivo de honda y sincera satisfacción. Me bastaría para ello el sentimiento de mi arraigada castellanidad, que se inunda de inefable alegría cada vez que entre dos provincias cualquiera de la madre Castilla surge la más mínima corriente de aproximación, porque entonces, en mi deseo, en mi sentimiento se enciende la esperanza de un general movimiento de solidaridad entre todas las comarcas de esta sagrada tierra menospreciada por los demás, pero en realidad olvidada de sus propios hijos, en los de arriba por indiferencia, en los de abajo porque desconocen toda la grandeza de sus pasado.

Pero tratándose de las relaciones entre burgaleses y palentinos mi alegría se multiplica. Incluyen en ello, de un lado, circunstancias de nacimiento y de otro el ya lejano recuerdo dela infancia en tierras bañadas por el Carrión y la simpatía devota por Palencia, donde la estancia me fue grata y en donde me entregué más de una vez a la meditación, contemplando desde lo alto del Cerro del Santo Cristo del Otero los altozanos desnudos de vegetación, ya la llanura que semeja verde tapiz en primavera; ya la vega, con sus huertas y sus frutales, deliciosísimo oasis, demostración evidente de que nuestro labriego se adapta al medio; oasis que pasa inadvertido para el espectador viajero, que a Palencia como a Castilla entera les juzga con evidente ligereza por engañosas apariencias...

No, el Pisuerga no es la frontera. Pese a quien pese, la racialidad y el factor geográfico, la castellanidad de Palencia y Burgos es tan patente y tan diáfana que hay que afirmarla por encima de algo más ficticio y más moderno: la provincia.

La provincia es una organización administrativa sin verdadero contenido geográfico. Podría ensancharse o reducirse sin que ello conmoviese sentimiento alguno, salvo la inevitable explosión de celos de estas capitales de provincias nuestras, con frecuencia meros centros burocráticos, sin vida propia, sin fuerza de expansión.

La región, la antigua nacionalidad, es algo más trascendente, algo más real, porque es el idioma, la raza, la historia, es la geografía de los usos, las tradiciones: es Castilla.

El sentimiento regional, el sentimiento de castellanidad está adormecido y es forzoso encenderle de nuevo, porque todavía queda bajo las cenizas, bajo los escombros de nuestra ruina, rescoldo inextinguible que espera que alguien le remueva conscientemente.

Nuestro aislamiento, el feroz provincialismo que padecemos en Castilla, es nuestra ruina, mientras que la solidaridad regional, la estimación de los propio, de lo peculiar, que no es poco, nos haría más fuertes y más dignos del respeto de los extraños.

La unidad española, se dice, la hizo Castilla, cuando la verdad es que la hicieron Castilla y Aragón. Lo que no hizo Castilla fue centralizar, ni arrebatar a nadie sus fueros. Eso fue cosa de Carlos V y de Felipe II, porque bajo los Reyes Católicos, Castilla era todavía Nación y España una federación de naciones. Nuestra preponderancia acabó, como ya he dicho en mi obra "El Valor de Castilla" cuando invadieron Castilla y Madrid los medradores de todo el reino, cuando Castilla no pudo gobernarse
a sí misma, cuando el genio político austero y cauteloso de nuestra raza se izó anudado por los medradores de todos los ámbitos de la nación.

Y siendo ello así, la castellanofobia de ese geógrafo portugués, de Gonzalo de Reparaz, todavía se atreve a estas fechas y desde las calumnias de "El Sol" a achacar a Castilla la construcción radial de nuestras líneas férreas...

De modo que si Segovia y Ávila, Soria y Logroño, Palencia y Zamora, Segovia y Burgos no tienen comunicación ferroviaria directa entre sí es porque Castilla, la directora, la centralizadora, no ha querido.

Pero ciñéndonos ya al tema que justifica estas líneas, hablemos de Burgos y Palencia.

La inconsistencia es sin disputa uno de los más graves defectos raciales del castellano y por ello mucho tememos que el iniciado movimiento de aproximación entre ambas ciudades, entre estas dos ciudades de la vieja Castilla, no sea duradero, sino como esporádico, circunstancial.

Lejos de nuestro propósito el enfriar los sentimientos, pero como no es cosa de engañarse; como la unión, la fraternidad no puede cimentarse sobre ningún lirismo ni siquiera por el recíproco elogio en las columnas de la prensa, es por lo que consideramos, que el movimiento debe encauzarse y seguir una trayectoria conducente al logro de algún propósito material concreto.

Difundir y exaltar el sentimiento de nuestra castellanidad como motivo ideal es un efecto algo, más para que no se malogre un sentimiento afectivo, tan sincero como espontáneo, hay que buscar o hay que promover, repetimos, un problema que puede interesar a ambas provincias a la vez, quizás algunos ferrocarriles.

¿Interesa a Palencia ciudad, el de Burgos por Carrión a Sahagún?

¿Interesa a Burgos, capital, la realización del de Palencia a Aranda?

Nosotros hemos dicho con claridad en la prensa de Burgos y lo repetimos aquí, que ambas provincias cuando los proyectos ferroviarios no afectan a la capital, los distritos rurales, los intereses provinciales se ven con frecuencia sacrificados.

Estos ferrocarriles es preciso que se hagan: Logroño-Burgos-Carrión, Sahagún y prolongaciones; el de Guardo-Palencia-Aranda también debe resucitarse con mayor motivo ahora que aquella importante villa ribereña del Duero está en vías de convertirseen importante empalme ferroviario y acrecerá su importancia con la realización del de Aranda a Segovia que circunstancias de tráfico requerirían que solo fuese de vía estrecha.

Todo esto parece, a primera vista, un poco complicado, y sin embargo la consecución de tales proyectos está en razón directa de la fuerza, de la presión que la solidaridad interprovincial de Castilla sepa originar, porque es preciso que los problemas económicos de Castilla nos acostumbremos a contemplarlos desde un punto de mira elevado y regional, si queremos en verdad fortalecer nuestra vida, que bien lo necesita.

En resumen: nos parece de perlas esa confraternidad de burgaleses y palentinos que es preciso estimular, con recíprocas excursiones de sus clubs deportivos, con el intercambio de sus orfeones y bandas o de los mejores oradores de sus ateneos, con mutuas visitas de caravanas de automovilistas o de profesores y alumnos de sus centros docentes o en fin como quiera que sea, pero es necesario que de todo ello se deduzca no solo un más íntimo conocimiento, sino algún beneficio rcíproco, práctico y tangible y la oportunidad nos depara el que ambas provincias laboren juntas en pro de la consecución de aquellos ferrocarriles. No olvidemos que creando intereses se crean arraigados afectos.