Castilla, un resurgimiento material necesario

Por un castellanismo contra la Agenda 2030

"Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo" (T. A. Edison).

domingo, 30 de octubre de 2016

Aspiraciones regionalistas

(El Liberal arriacense, 17 de junio de 1916, p. 1)

Al fin ha terminado en el Congreso la discusión de la enmienda presentada al Mensaje de la Corona por los regionalistas catalanes. Al país, en general, no le ha sentado muy bien que se hayan perdido tantos días en una discusión que desde luego ofrece gran interés, pero que ha debido quedar relegada a segundo término ante la apremiante urgencia de los múltiples problemas pendientes de resolución. Y tanto más es de lamentar esa pérdida de tiempo cuantoi que Cataluña podía esperar más tiempo la resolución de ese problema puramente político. No es angustiosa la situación del Principado y la guerra, lejos de perjudicar a la industriosa región catalana, la está favoreciendo en gran escala. En cambio, otras regiones españolas requieren auxilios y reformas de inaplazable necesidad. Y es lamentable que, por intransigencias de los catalanistas, estos problemas no hayan podido ser abordados todavía. Afortunadamente, y a juzgar por el magno discurso del señor ministro de Hacienda en el Senado, no ha de tardarse en plantearlos y en procurar su acertada solución.


Justo es reconocer, sin embargo, que el tiempo no se ha perdido inútilmente. Se ha limado asperezas, se ha producido un movimiento de aproximación y, sobre todo, se han definido categóricamente las actitudes de unos y otros.


Aspiran el señor Cambó y los suyos a que se les reconozca una personalidad, o mejor aún, una nacionalidad dentro del Estado español. Y con decir esto, basta para darse de lo que pretenden los de la Liga, ya que la palabra nacionalidad lo explica todo suficientemente.


El Gobierno, o tal vez fuera mejor decir el partido liberal por boca de su ilustre jefe, señor conde de Romanones, ha confesado paladinamente que no le asuan los términos autonomía municipal y regionalismo, pero que no transige ni un ápice en todo cuanto pueda contribuir a crear una soberanía independiente de la soberanía del Estado español, soberanía independiente que acaso con el tiempo se pusiera enfrente de ese Estado.

Vean, pues, los catalanes de buena fe cómo el Gobierno no se opone a sus aspiraciones, cuando éstas son legítimas y están sancionadas por la conciencia de la Nación. ¿Qué hombre político, modernamente orientado, podrá rechazar el concepto de autonomía municipal? Precisamente, por excesiva dependencia de los Municipios al Poder central, arrastran muchos de aquellos una vida lánguida y estéril. Pero de eso a lo otro hay un mundo de distancia y ese espacio solo podría franquearse mediante una reforma radical de la Constitución.

Aún este problema de la autonomía no se puede acometer por ahora. Son otros más apremiantes los que exigen pronto estudio y rapidísimo remedio, y estando como está el Gobierno decido a poner manos a la obra, es casi delito de lesa Patria, entretener los mementos en discusiones baldías que en nada contribuyen a robustecer nuestra personalidad ciudadana y económica para el día de la paz. Dijimos en otra ocasión que de la guerra hace vivir pendientes estas Cortes. ¡Ay de ellas si, por culpa de unos cuantos descontentos, su labor resulta estéril! Por el bien de todos, es de esperar que no lleguemos a ese resultado. Por boca del conde de Romanones, por boca del señor Alba, sabemos que el Gobierno no quiere que eso suceda. Harto menguados serán los que frustren esos propósitos loables del jefe de Gabinete y sus compañeros.

No serán éstos los encargados de responder ante el País.

Por lo demás, sería conveniente que este espíritu regional tan arraigado en Cataluña se desarrollase, adquiriendo vigor y lozanía, en otras comarcas españolas. Particularmente en Castilla no estaría de más un poco de espíritu regionalista. No es necesario decir que el regionalismo castellano huiría de estridencias y amenazas: basta conocer nuestro carácter para estar convencido de ello.

Pero es triste y doloroso pensar que siendo Castilla el núcleo y origen de la nacionalidad española, no tengamos más méritos ni más características que nuestra resignación legendaria y nuestro espíritu de sacrificio. El silencio ha sido siempre nuestro sistema; callar fue siempre nuestra norma de conducta. ¿Es de extrañar que sea Cataluña, que sean otras regiones españolas, las atendidas con preferencia, si ellas saben pedir y nosotros nos limitamos a esperar resignadamente las migajas con que, de vez en cuando, nos obsequian los Poderes públicos? 

¿Por qué no levantar nuestra bandera frente a otras banderas, no con aire de reto, sino con la sana intención de que los Gobiernos nos tengan siempre presentes en su memoria?

¡Ojalá las aspiraciones de los catalanes sirvan para despertar las nuestras, dormidas hace tantos años con un sueño muy parecido a la muerte!

sábado, 29 de octubre de 2016

El problema regionalista: la universalidad de Castilla

(El Avisador numantino, 11 de junio de 1932, p. 1)

Por Gregorio Fernández Díez

Si algún discurso en torno a la emotiva discusión del Estatuto de Cataluña ha producido angustia, dolor y desagrado, al menos en Castilla, éste ha sido, sin disputa el pronunciamiento del Sr. Azaña.

No, el país no le aplaude como lo hicieran en el Parlamento los catalanes o las huestes del mosaico llamado mayoría, que ni más ni menos que en el viejo régimen o por sostenerse en las Cortes o por una mal entendida disciplina sobre una cuestión dogmática nunca, de sentimiento siempre, adopta una posición ante el problema autonomista contraria en absoluto al general sentir de la opinión.

¡Ah, pero la risa va por barrios! Elecciones llegarán en que los electores castellanos repudien, de una manera absoluta y enérgica, a aquellos que los diputados que a la hora de ahora, sobre este estricto problema, contraríen su voluntad, contraríen el sentimiento de la opinión castellana, vueltos de espaldas a la realidad de un movimiento de espontánea y general protesta que, si no advirtieran por el ambiente han de percibir las exhortaciones que se les dirigen por fuerzas y corporaciones de toda clase, encaminadas al recto propósito de que se antepongan a toda disciplina la defensa de la unidad y de la soberanía nacional, sin descuido de los intereses morales y materiales
de Castilla a quien Azaña, indirectamente, conducirá al colonato más ignominioso o a la esclavitud más amarga.

El discurso de Azaña, por el fondo, por la doctrina, sin la circunstancia de ocupar el banco azul, no hubiera convencido a nadie. Ahora ha convecido a pocos. Y es que, por encima de la oratoria del discurso, éste no resiste el más ligero análisis sin resquebrajarse de la cúspide a la base. Todo él está cimentado sobre un prejuicio sentimental hacia los catalanes, que no sorprende, porque no en vano formó parte del grupo de intelectuales castellanos que dos años hace fueron a Barcelona atribuyéndose una representación que Castilla otorgado; todo el discurso ha sido una pretendida lección de filosofía de nuestra historia, no sabemos sobre qué textos aprendida, pero desde luego
interpretada con arbitraria injusticia; sobre le discurso fue de una inconsistencia evidente sobre los puntos neurálgicos del problema, no salvados por la agilidad mental, porque nadie puede convertirse, de súbito, en hacendista, en jurista, en hombre de estado.

Cuando con énfasis, más que con conocimiento, dijera, refiriéndose a la unidad nacional: "la unidad la vamos a hacer nosotros, se me figura que el Parlamento debió pasar por la mente de muchos el recuerdo de aquellas frases que en 1918, con ocasión del que se llamó Estatuto integral, dirigiera el señor Alcalá Zamora al adalid de la Lliga: "Señor Cambó, no se puede ser al mismo tiempo Bolívar de Cataluña y Bismarck de España". Extraño fue, pues, que alguien no le interrumpiera diciéndole: señor Azaña, no se puede ser al mismo tiempo Bismarck de España y Bolívar de Cataluña...

Yo no sé de estadista alguno que haya consentido jamás que al Estado se le merme la soberanía, ni se le arrebaten funciones; yo no creo que se alcance categoría de estadista por las intenciones expuestas, sino por las obras realizadas; y así, cuando Azaña decía: "venimos a enfrentarnos con la organización del Estado español y rectificarlo en sus estructura, en sus funciones, en sus fines y en sus medios", debió decir a renglón seguido: señores diputados, mi plan de estructuración política le esquematizo en un proyecto de autonomía municipal para toda España, en un proyecto de modificación del régimen provincial para toda la nación; en un proyecto científico de autonomías regionales con idénticas normas, derechos, atribuciones y recursos para todas las regiones históricas o geográficas o al menos un proyecto de descentralización por ministerios y servicios, siempre separado, pero eternamente diferido para la nación entera.

La pomposa "nueva estructuración" del señor Azaña se reduce, pues, a conceder una autonomía excesiva en los límites y privilegiada por el sistema de Cataluña. La organización provincial y municipal española será la misma; los servicios públicos continuarán supeditados a un centralismo anquilosador y uniformista; para 42 provincias las cosas continuarán hoy como ayer o peor acaso; para el resto de España, pues ni para nuestra Castilla, hay ninguna novedad que aliente su esperanza de progreso y engrandecimiento.

Extraño concepto el de Azaña sobre Castilla, cuando como gracia especial reserva a esta humilde y generosa tierra, madre de naciones, el soportar "su destino, que es llevar sobre sus hombros la universidad de España". Más ni eso es así, ni admitimos ya tan romántico papel, ni en tal respecto tiene Castilla que seguir los consejos de Azaña, sino el ejemplo de Cataluña y Vasconia.

De ningún modo puede bastarnos nuestro pasado, por glorioso que sea, para renunciar a un presente más espléndido ni a un porvenir
más venturoso; de ningún modo puede resignarse Castilla a cerrar definitivamente las páginas de su historia entregándose ensimismada a la contemplación de sus rancios pergaminos; de ninguna manera, Castilla, lo repetiré mil veces, gloriosa exnación que siempre fue continente, nunca contenido , pues convertirse en expoliado espolique de sus hermanas, ricas amazonas a caballo sobre su potencia económica.

Lo que está recomendado a Castilla es la vuelta a su hogar, a su casa solariega, al cuidado de su patrimonio no exento de importancia, al cultivo de la heredad en mala hora abandonada por ir a correr el mundo; lo que le está recomendado es que se reconcentre en sí misma y sacando fuerza de flaquezas cultive su propio espírítu, castellanizándose, regionalizándose, aunque sea a costa de dimitir su papel histórico, aunque ello contraríe a Azaña... Esa dimisión no implica destruir "su personalidad histórica", porque historia es su obra imperecedera por generosa, gloriosa y epopéyica; esa dimensión será, si se quiere, la renuncia de su hegemonía espiritual, única que le queda sobre otros pueblos, pueblos que, con error manifiesto, creen que la hegemonía es cosa de toma y daca, cuando no es cosa que se imponga sino que se admite y se acepta, porque los hechos mandan; esa dimisión significará, a lo sumo, la renuncia a un "cetro" puramente honorífico, ya que, al decir de Santos Oliver, corresponde a los pueblos ricos, dinámicos, industriales y "diferenciales" de la periferia, pero también el pregón de Castilla, nuestra, de que te encierras a vivir su propia vida, espléndida o modesta, pero, al fin, la suya propia.

Quiere esto decir, y lo apunté ya en artículos anteriores, que Castilla tiene que aspirar, tiene que prepararse para demandar su
Estatuto, su autonomía, porque aun ni el Parlamento ni fuera de él nadie "haya invocado el espíritu castellano como opuesto" a las aspiraciones de las regiones de España, va a ser necesario que ese espíritu se invoque allí y "aquí", para decirle a Azaña que las excepciones y los privilegios son odiosos y son injustos; ese espíritu, por dignidad, va a ser necesario invocarle, "sin agresión" para nadie, pero en propia defensa para proclamar que si Castila nunca ha sido "instrumento ni móvil" de frustración de las libertades españolas, que Cataluña defendió la última, pero Castilla defendió la primera; tampoco es caso de que nuestro pueblo, de que nuestra región, que también tiene su "personalidad" y empieza a sentir el "hecho biológico", tenga que convertirse en cliente forzoso, de nadie, ni menos rendirse al imperativo y desigual trato de gobernarse alguno que le fuerce al silencio.

No; Castilla tendrá que variar de orientación y de táctica. Si sus preocupaciones no son de orden regional, tendrán que serlo (amar lo propio no es desdeñar lo de los demás), precisamente por convencimiento de que si sus preocupaciones son del orden del Estado, las del Estado ni las de nuestro estadistas son del orden de Castilla. Y, pues, si se votan, según Azaña "los regímenes autónomos para fomento, desarrollo y properidad de los recursos morales y materiales de la región", la consecuencia lógica nos dice y nos advierte que las regiones que no logren esa autonomía, difícil va a ser que prosperen; que si las regiones más avisadas interesan la autonomía como fundamento de un mayor progreso, será preciso imitarlas demandando iguales prerrogativas del Estado.

Cuando la "universidad" nos sirve de tan poca cosa y vemos que todos los derechos se otorgan a los pueblos fuertes, el deber de Castilla es la prosecución del mejor bienestar, para vivir la mejor vida propia, sin preocuparse del orden del Estado, de esos estadistas que no quieren ver que sin Castilla, que es "la clave" o el clavo del abanico peninsular, en España no habrá reconstrucción posible.

domingo, 23 de octubre de 2016

Batalla de espíritus


Por Quintiliano Saldaña

(La Tierra de Segovia, 12 de setiembre de 1919, p. 2)

Y en Castilla hay dos almas. Un alma vieja, que va quedando sola, fría, escuálida, pero que se agarra desesperadamente a la vida, pendiente sobre el abismo de la muerte: la otra es joven, vigorosa, cálida -que es la gran promesa de España- y brota al conjuro del destino, en la Historia, como una columna de luz. 

El alma vieja es la rutina -mueca pedestre de la tradición- que pasa; es una tropa de esqueletos montados en jumentos, y al viandante que camina atraído por la columna de luz, le gritan:

-"Ven acá infeliz. ¿Qué será de ti? El que nada contra corriente se ahoga. Te arrollarán, te pisarán. Desconfía de las novedades... Haz lo que tu padre, como lo hizo tu abuelo, como todos."

El alma nueva es la cooperación -fórmula contemporánea del progreso- que junta las manos de todos sobre la esteva común, para dar más profundidad al surco abierto, que une todas las inteligencias frente al interrogante universal a fin de mejor resolver el problema de la vida (tanto como la rutina la preocupa el de la muerte); que asocia el capital de unos al trabajo de otros, y la inteligencia al esfuerzo. para acometer grandes empresas -canales, pantanos, pozos artesianos, puentes, vías, nuevos trabajos de Hércules.

Con el alma partida en dos, como poseída por ajeno espíritu, Castilla siente que se traba en su entraña una lucha. Las dos almas de Castilla -la vieja y la nueva- se baten denodadamente; la una, serena; la otra, con desesperación, como dos grandes genios de la Historia.

El progreso y la tradición prosiguen su duelo secular, ahora con nuevos lema en sus carteles. Los dos convocan; los dos reclutan.

La cooperación congrega y organiza a los hombres para conquistar la vía del porvenir, por la libre unión, que es la fuerza. La rutina les reúne para defender la fortaleza del pasado, por la esclavitud gregal, amarrados a las cadenas de la tradición; uncidos como bestias, al yugo de las costumbres.

Es ahora, como antes, la eterna contraposición. La una, que le dice al labrador: "Asóciate y tendrás máquinas y abonos, y semillas, y dinero, y crédito para cultivar a la moderna; ¡mira cómo produce la tierra!". La otra, que le grita: "No te asocies, déjales a esos. Ya se desengañarán, porque van a la ruina. No arriesgues tu dinero, que más vale pájaro en mano que ciento volando; ni te empeñes, sacando dinero de la caja rural, que el interés come a la mesa con el amo; ni pruebes nuevos abonos que queman la tierra; ni oompres máquinas, que son saca-cuartos".

Y así sufre hoy el alma de Castilla, sacudida, dislocada por esas dos fuerzas contrarias que le agitan, en vacilación constante, obligándola a caminar por un sendero de tinieblas, borrado por la nieve y abierto con sangre. 

La ignorancia embrutece el camino, la indiferencia ambiente hiela sobre él... La huella ensangrentada del esfuerzo, de los que pasaron es su único guía.

Es el alma de Castilla que pasa...

viernes, 14 de octubre de 2016

El Problema castellano (XI y último)

(Heraldo de Zamora, 16 de noviembre de 1908, p. 1)

Por Carlos Rodríguez Díaz

No he tratado de hacer en estos trabajos disertaciones luminosas y elocuentes que, leídas juntamente con el arte de la elocuencia, pudieran pesar los floridos trabajos parlamentarios con algo de relumbrón y hojarasca.

Claro y sencillo como es el carácter castellano he expuesto mis opiniones sobre algunos puntos del problema planteado por Castilla son indiscutible oportunidad, no desdeñando intercalar cifras y datos, que si hacen pesado el conjunto, le dan, en cambio, algo de autoridad, ya que son cifras y datos basados en observaciones e investigaciones, ajenas más que propias, reservándome yo el mero papel de seleccionador y coleccionador.

De todo lo dicho en los particulares anteriores, que por su insignificancia no me atrevo a llamar capítulos, creo que fácilmente puede deducirse a lo que debe quedar reducido y lo que debe ser el regionalismo castellano.

Este carecería de interés si fuera solo un anticatalanismo creado para hacer una guerra civil moral lamentable para todos, como lo son siempre las guerras civiles.

El regionalismo castellano debe ser un movimiento salvador en el que se aúnen y hermanen todos los elementos políticos sin distinciones ni preeminencias, todos los elementos productores e industriales, el comercio y la intelectualidad, para laborar social y colectivamente por el engrandecimiento de Castilla, enviando a las Cámaras, Diputaciones y Ayuntamientos los hombres sanos y rectos; llevando al campo los progresos y las enseñanzas de la ciencia agronónica; matando la usura, el origen del empobrecimiento y establecimiento del humilde productor; defendiendo denodadamente aquellas disposiones arancelarias que nos son favorables, y combatiendo las que abusivamente, puedan lesionar nuestros derechos, arrollando sin contemplaciones el caciquismo político; procurando el fomento de las obras públicas, bien sean de iniciativa del Estado, bien sean iniciativa de las provincias; trabajando por la hegemonía merecida y justa de nuestro hermoso lenguaje, que oficialmente se habla en veintiuna naciones, y procurando hacer una labor de cultura y moralidad que, seguramente, hallará campo abonado en los espíritus castellanos.

Ortega Munilla ha dicho hace poco en Vigo: "Para que España prospere es necesario que cada comarca tenga su programa de mejoras, programa variable según las circunstancias; pero que no puede menos que acordar con las demás, formando la consecuencia de todos ellos el gran problema de la nación". 

Y las elocuentes palabras determinan precisamente el carácter nacional de todos los movimientos regionalistas sanos, como lo es el movimiento regional castellano.

Por esto no debemos atacar con fratricida tesón las aspiraciones de las regiones hermanas, en cuanto nos dicte un espítitu absorbente y exclusivista; antes, por el contrario, debemos apoyarlas, y de esto tenemos un ejemplo halagüeño viendo ir juntas a Cataluña y Castilla en la campaña de oposición contra una reciente ley de Alcoholes.

Más sintético que cuanto nosotros pudiéramos decir sobre lo que debe ser el regionalismo castellano, sobre sus aspiraciones justas y salvadoras, está expresado este anhelo en las siguientes conclusiones acordadas recientemente por la Federación Agrícola de Castilla la Vieja.

"Solicitar del gobierno dé a la ganadería y a la agricultura representación en la Junta de aranceles y valoraciones; hacer suyo el proyecto de Reforma arancelaria de la Diputación de Soria; recabar la negociación de tratados que permitan la salida de los productos agrícolas; reforma de la ley de Alcoholes; realización de las obras hidráulicas; liquidación de créditos de los pueblos; venta de los bienes propios; desaparición del impuesto de transporte y otras de menor transcendencia, aunque no de escasa importancia".

Expuestas estas consideraciones sobre lo que debe entenderse por movimiento regionalista castellano, como complemento debemos estudiar también lo que este regionalismo no debe ser, los extremos de que debe huir para mantener su autoridad y prestigio en el Parlamento y en la Nación.

Ya lo apuntamos ligeramente en párrafos anteriores: el castellanismo, ante todo, no debe ser un anticatalanismo, a la manera que se deduce del discurso de Grandmontagne en los Juegos florales de Valladolid, ya que muchas veces el catalanismo ha sido un anticastellanismo no muy piadoso; en tierras hidalgas estamos, y la hidalguía dicta el perdón.

Las luchas por cuestiones arancelarias, que son las que más nos distancian de Cataluña y las provincias vascas, deben mantenernos fríos y razonadores, porque el calor de la pasión mata todo discernimiento y cordura.

El castellanismo debe huir de todo exclusivismo político, y sobre esto no creemos necesario insistir y razonar más.

El castellanismo no debe ser exclusivamente colectivista ni exclusivamente individualista; un sistema mixto de esfuerzo individual aislado y propio, unido a los esfuerzos corporativos, daría el resultado anhelado para la prosperidad regional.

El labrador que moderniza un cultivo mejorándolo, es tan castellanista como el disputado que logra del Estado una concesión para Castilla.

Y, finalmente: el castellanismo debe laborar por el engrandecimiento patrio sin contar sin confiar única y exclusivamente en el esfuerzo de otras regiones que se crean hoy grandes y capacitadas, según frase del señor Silio, para abrir camino a la corriente de aire puro que debe llegar hasta la Meseta Central.   

No esperamos, como el maná del cielo, en desbordamientos de la cultura ajena; el regionalismo debe ser todo esfuerzo propio, y si alguien nos dijera que esto es orgullo, le diríamos que es este orgullo santo del castellano leal que ama a España sobre todo y que amando a España ama a Castilla; orgullo de hidalgo moderno que lejos de explotar esterillmente su hidalguía, la realza con el trabajo.

Vida política

(Heraldo de Zamora, 16 de noviembre de 1908, p. 1)

De muchas cosas ingratas al Gobierno podría hablarse en estas "Notas". Aun descartada por el momento la difícil situación del ministro de la Guerra, partir del inusitado relevo del general Martitegui, asunto que, a creer los rumores que hace días circulaban en ciertos Centros, puede enconarse de nuevo con ocasión de la próxima visita a Palacio del general Zappino, y aun prescindiendo de la posición poco airosa en que el señor Maura ha quedado después del formidable discurso que el señor Moret pronunció el viernes en el Congreso, cabe recoger otros otros incidentes de mayor actualidad que justifican sobradamente el título de estos renglones.

El señor Maura podrá proporcionarse la pueril satisfacción de prolongar su existencia ministerial una temporada, pero ¡a qué costa!

Para ello, una tarde ha de declararse, como ayer, insolvente a los efectos de pretender siquiera desvirtuar ante el país los gravísimos cargos formulados por el ilustre jefe de la oposición gubernamental. Y en otra ocasión, ayer mismo, ha de disciplinar su carácter hasta el punto de resignarse a que, desde el propio banco azul, el ministro más autorizado para definir la política financiera del Gobierno, ponga en entredicho el empeño capital de esta etapa conservadora, el proyecto de régimen para los Municipios y provincias, declarando categóricamente que las previsiones económicas para 1909 no serán cercenadas lo más mínimo para asignar dotación a las Haciendas locales.

Esto dijo ayer el señor González Besada en su réplica al señor Azcárate, el cual, como el señor Moret la víspera, había reiterado el reparo de que si el Estado no ha de desprenderse de algunos ingresos en beneficio de las Corporaciones locales, la autonomía que el señor Maura promete habrá de quedar reducida a una declaración platónica, no ya ineficaz, sino perturbadora porque malogrará la última esperanza de los pueblos que en sus propias fuerzas confían.

Y si el presupuesto que se discute no ha de abordarse este magno problema de las relaciones del Tesoro nacional con las Haciendas locales, aun dando de barato el absurdo inverosímil de que el Gobierno actual aprobase la ley económica para 1910, el aplazamiento, categóricamente declarado ayer por el señor González Besada, implicaría, el retraso en dos años la implantación del nuevo régimen local, porque los ni los Ayuntamientos ni las Diputaciones, ni mancomunidades provinciales podrán funcionar con arreglo a la nueva ley mientras no dispongan de recursos con que atender a los servicios que se le encomiendan y a las iniciativas para que quedan autorizados.

De ahí el disgusto que, con harto fundamento, atribuían esta tarde sus íntimos al señor Maura, el cual abandonó hoy Madrid, como buen madrugador, muy de mañana; pero con los hábitos dominicales, regresó al anochecer para confeccionar en su domicilio con varios ministros, de los suyos, de los incondicionales, a quienes previamente había citado.

¿Qué resolución meditará el señor Maura para desvirtuar las rotundas declaraciones que ayer hizo en el Congreso al ministro de Hacienda?

De seguro que ni el propio jefe del Gobierno podría contestar a estas preguntas. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Castilla, nacionalidad y motivo de orgullo

(Diario de León, 10 de setiembre de 2002)

Por A.M. Benito

A finales de diciembre de 2001 acudí a la oficina censal de Alcalá de Henares, donde resido, a cumplir con mis deberes censales. Rellené todos los datos que me pedían los impresos correspondientes. Uno de los datos era «nacionalidad». Escribí «castellana». Una vez relleno el impreso donde se me pedía la nacionalidad, un funcionario lo leyó. Sonriendo me dijo: -Castilla independiente. -No soy independentista, Castilla independiente no. Pero Castilla sí es una nacionalidad histórica - repliqué. -La más importante nacionalidad histórica del Estado Español -añadí, al tiempo que desaparecía la sonrisa del funcionario, troncándose por un gesto de conformidad en el lenguaje corporal facial ante la firmeza y convicción íntimas de mis afirmaciones. A la vista del artículo segundo de la Constitución, a la vista de las realidades de Galicia, Euzkadi, Cataluña, Aragón, Baleares, Canarias, Navarra, a la vista de cómo es la realidad de Castilla, a la vista de cómo se hacen las cosas en el Estado Español, mi sentimiento es castellanista. Tengo dos nacionalidades, la castellana (por devoción, me sale de dentro) y la española (por obligación, es mi nacionalidad jurídica). Procuro cumplir bien tanto con mi devoción como con mi obligación. Son compatibles. Me encantaría que la nación (o nacionalidad) castellana colaborase en la gobernabilidad del Estado Español. Así, me encantaría que la nación (o nacionalidad) castellana colaborase fielmente con el Gobierno Español, aportándole cuatro (o más) ministros. Colaboración con el Estado Español, de acuerdo. Sumisión, pérdida de la propia personalidad, negación de lo castellano, jamás Castilla existe. Castilla quiere vivir. Es tontísimo defender la unidad de España a base de negar la existencia de Castilla. Sería como confundir el tocino con la velocidad.

domingo, 2 de octubre de 2016

La Paradoja de Castilla

(La Vanguardia, 30 de enero de 1926, p. 17)

Por Gregorio Fernández Díez

Yo no sé por qué, pero el caso es que Castilla ha sido, es y acaso continuará siendo, fuente copiosa de comentarios, tema inagotable de discusión. Lo que menos sería, sin embargo, la discusión, si esta fuera serena, o el comentario si fuese imparcial y verídico, pero por desgracia, tratándose de Castilla, es raro que no le repita el desgastado tema de su aridez y su llanura.

Quien enfoque los problemas y las cosas de Castilla desde un punto de vista, solamente objetivo, quienes juzguen a Castilla por el mero impresionismo a virtud de las influencias de una literatura chabacana y parcialista, es harto probable que se equivoquen al formular sus juicios sobre lo que Castilla es, o lo que puede ser todavía.

Pero si el impresionismo acompaña el prejuicio y por tanto el desconocimiento de lo que se ha de juzgar, entonces, no es probable, es ya seguro, indefectible la equivocación, el error, la incomprensión con que se referirá lo visto y se explicará lo que los ojos de la cara, pero no del conocimiento, han observado.

Es ya hora de ir rectificando el prejuicio que sobre Castilla pesa, inmotivadamente, Castilla no es un vergel, ni una selva virgen, ni una planicie, ni un pueblo febril, pero tampoco es una estepa, ni carece de masas forestales, ni de comarcas accidentadas y montañosas, ni, desde luego, es un pueblo definitivamente muerto... aunque sea un pueblo que se detuvo en el camino de su historia, que ha descansado para recuperar las perdidas fuerzas, pero que ha reemprendido de nuevo la marcha hacia nuevos horizontes.

Castilla es demasiado amplia. Desde el Bierzo a la serranía de Cuenca, desde la frontera portuguesa al Ebro, desde Despeñaperros al Cantábrico en Santander, es Castilla. En estos ciento setenta y siete mil kilómetros, ni que decir tiene cuán variados paisajes ofrece y cuán diversos productos encierra. Castilla es paradójica; es tierra de contrastes y por serlo en pocos aspectos puede formularse sobre la misma juicios concretos sin incurrir en el error.

Castilla no es una llanura, porque en Castilla hay otras comarcas que la Mancha o la Tierra de Campos. Una tercera parte de su territorio es accidentada, y otra es montañosa. Sierra Morena se apoya en Castilla, la corrdillera Cantábrica también, los montes de Toledo y los de León en ella se levantan; la Serranía de Cuenca, está en Castilla; la Cordillera Ibérica, la del Guadarrama y Gredos abruptas cruzan y se yerguen en Castilla.

Aunque cuenta en ella terrenos áridos, no es menos cierto que cuenta con feraces vegas sobre las cuencas del Tajo, del Duero, del Guadiana, del Eresma, del Tormes, del Ebro, del Jarama y del Pisuerga.

Como país de paradoja, Castilla, en la que se contemplan grandes paisajes despoblados de vegetación arbórea, es, sin embargo, el país que posee las más amplias y valiosas zonas forestales de nuestra nación y tan es así que casi exclusivamente en Castilla están las fábricas que la Refinería Española posee. Bien es verdad que el ferrocarril no cruza todavía los grandes pinares de Cuenca, de Soria, de Salas de los Infantes, sin duda porque se han trazado por los lugares más fáciles y más áridos, como si hubiera habido deliberado propósito de que se desconozca la valencia exacta del paisaje y hasta de su producción, tan variada por cierto.

Porque el caso es que Castilla es algo más que un país de pan y vino y rebaños. Yo sé que hay en ella ocho azucareros y que están en construcción otros dos. Yo sé cuanto incremento toman de año en año las plantaciones de frutales sobre las cuencas del Tajo y del Duero, y que los más apartados lugarejos de la alta sierra Cebollera en Soria han desterrado el candil y se alumbran con electricidad. No hay otra región en España donde queden menos aldeas sin el alumbrado eléctrico, aunque el lector lo ponga en duda.

La metamorfosis industrial que se está operando en ella es tan cierta y tan real, que solo los vueltos de espaldas a la investigación ignoran. Yo invito a los escépticos que  comprueben como cada año disminuye el arribo a Barcelona de vagones de trigo y aumenta el de los vagones de harina, cuya transformación queda en provecho de su economía regional, mientras, Zamora y Medina del Campo, Burgos y Palencia levantan sus fábricas de saquerío de yute, sin que Cataluña ni Valencia coloquen allí un saco.

Las ferias de ganados se activan. Las fábricas de cementos aumentan, los automóviles se multiplican y circulan con profusión por las carreteras castellanas de las más apartadas comarcas y centenares de líneas regulares de autobuses la surcan y trasponen inclusive el Moncayo de Soria a Tarazona, el alto Gredos, desde Ávila a Arenas de San Pedro, desde Zamora a Puebla de Sanabria, desde Burgos a Santander, recorriendo ciento cincuenta y cinco kilómetros.

No podemos sustraernos al deber de proclamar en alta voz que quien atienda al paisaje únicamente juzgará de Castilla como quien juzgue de los hombres por su faz. Una corteza áspera esconde con frecuencia una madera muy fina.

El Rhur famoso, una de las comarcas más ricas del mundo, es una de las más feas del planeta de desertizada y calva como está de arbolado. Las mesetas andinas, las pampas argentinas, las llanuras de Hungría o de Servia, los terrenos inmensos y pantanosos de Polonia, las tierras interiores de los Estados Unidos, la rocosa Calabria, Argelia, Túnez, Siria o Mesopotamia, los londas franceses, Mongolia y Corra y Australia, con sus aspecto de planeta deshabitado, tienen bastante que envidiar a Castilla, sin contar que en España mismo desde la estepa de Urgel a los Monegros con los cascajales pobrísimos, desde las Bárdenas a Puebla de Híjar, desde la estepa Granadina hasta las arenosas y desmanteladas playas donde desemboca el Guadalquivir, no tiene por qué echar nada en cara a la estepa Manchega, donde siquiera se ven viñedos y trigales.

Entre el poetismo que hay en Castilla y el que se cree que hay media enorme diferencia. Pero nadie quiere tomarse la molestia de comprarlo. Otro tanto ocurre con sus riquezas naturales.

Así, para algunos, las únicas fuentes de riqueza de Castilla, las únicas reservas, son la agricultura, la ganadería y la repoblación forestal. ¡Qué grande error!

Así se escribe la historia. Nadie para mientes en que después de Asturias es castilla la región de España de mayor importancia cabonífera. León y Palencia, sin contar Puertollano, produzcan (en aquellas comarcas hay algo más que garbanzos) producen actualmente más carbón, descontada Asturias, que todas las demás regiones carboníferas de España juntas, lo cual no obsta para que por no enfocar el problema y el panorama de Castilla en conjunto, se siga creyendo no solo que aquello está semimuerto, sino que no es posible que Castilla vuelva a incorporarse... 

(...)

(continuará)