Castilla, un resurgimiento material necesario

Por un castellanismo contra la Agenda 2030

"Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo" (T. A. Edison).

sábado, 16 de junio de 2018

¿Castilla, tendida al sol?

Por Feijoo y Torres


(La Calle, revista gráfica de las izquierdas (Barcelona), 17 de julio de 1931, p. 6)



Entonces -1924, primer trimestre- no era Castilla solamente lo que dormía en España. Era España entera. La mitad, un sueño histórico, hereditario. La otra mitad, dividida a su vez en dos grupos de durmientes: el primero de durmientes a la fuerza magnetizados por la voz eléctrica del dictador, que aún no se había hecho bastante machacón para dejar de ser sugestionante; el segundo grupo, de durmientes voluntarios, espontáneos; ciudadanos acostumbrados a no serlo, que en aquellas horas en que un solo hombre, un solo audaz, les hizo creer que venía a cambiarlo todo, de arriba abajo, se pusieron a ayudarle, comenzando por colorear al revés los versos de Manrique, exclamando: "cualquiera tiempo pasado fue peor" y concluyendo por tenderse tripa arriba en la llanura como el can, cuya más grande satisfacción está en sentir cómo su dueño le busca suavemente las cosquillas.



Y fue entonces cuando dos muchachos (poco más de veinticinco años 

cada uno), dos poetas, para más señas, pensaron en la manera de que
Castilla despertara. En realidad, era el monumento más oportuno para
pronunciar el "ahora hablo yo", que conservan siempre en el fondo
del alma los grandes silenciosos, o sea, los grandes perseguidos.


Aquellos dos muchachos se llamaban Ángel Lera de Isla y Florentino H. Girbal.



Pero no se trata de ellos.



Sino de aquello en que pudo haber consistido el despertar de Castilla.



Estos jóvenes, estos poetas, son castellanos. Y amaban a Castilla tanto como este otro poeta, Ventura Gassol, pueda amar a Cataluña.



Muchas veces, en nuestros pastos vespertinos (inevitabilidad provincial), por la Acera de San Francisco de Valladolid, hablábamos de castilla. Conveníamos en que el mal, todos los males de Castilla, radicaban en el exceso de amor a ella. Y es verdad hoy esto que decíamos ayer. Los castellanos, a fuerza de amar a Castilla, han dejado de amarla, porque su amor ha llegado más allá de los límites de un buen amor humano. Y la adoran. A consecuencia de esto, parece como si Castilla fuese un Dios. Y ya se sabe lo que trae consigo el ver a Dios donde está el ser humano. Los dioses tienen su historia terminada. No le quedan páginas en blanco. Los dioses, por otra parte, no necesitan comer. Se alimentan de incienso y de oraciones. Y he aquí con lo que los castellanos hemos dejado a Castilla medio muerta de hambre y con la historia a medias.



Cada vez que un catalán pedía una carretera, el castellano escribía un tópico en loor de su amada, indiscutible, pero excesivamente amada Castilla. O sea que, cada vez que un catalán a Cataluña, un castellano quemaba en loor del terruño unos granos de incienso.



Yo he observado, viviendo entre catalanes, que también ellos adoran a Cataluña; pero solamente a ciertas horas; el resto del día se limitan a amarla, es decir, a procurar por ella, en vez de cantar sus glorias. Cuando, por ejemplo, media docena de catalanes bailan sardanas en el Paralelo, es por ser sardanas y por ser en el Paralelo- que adoran a Cataluña.



Ahora bien; esto no lo hacen más que por la noche, un par de horas. Es una oración laica (o no laica, en ocasiones) que elevan a Cataluña, después de haber invertido en obrar el día En símil, el símbolo, Castilla ha gastado su tiempo al revés; casi todo el día, en ensalzar su gloria, y solo un poquito en mirar hacia adentro.



También, en aquellos paseos vespertinos, hablábamos del exceso de maternidad de nuestra Castilla. Galicia habrá surtido a América de hombres, de brazos, de corazones; pero Castilla ha surtido al mundo. Castilla ha sido madre para todos, para hijos y para hermanos; para éstos, como hermana mayor, que hace de madre cuando la madre ha mmuerto. Esto es amor; pero el amor no ha de comenzar fuera de nosotros mismos; hay leyes biológicas de donde ha saludo un refrán -porque los refranes no son otra cosa que "órganos" creados por la "función"- que dice que la caridad empieza por uno mismo.



Ciertamente. Y todo lo que no sea esto, o es suicidio o es inconsciencia, que, a su vez, es casi siempre una de las muchas formas del suicidio.



En definitiva (pensábamos entonces y pienso ahora), Castilla ha interrumpido su historia un día en que, extenuada, se halló sin fuerzas para seguir escribiéndola. Y ya no volvió a tomar la pluma, porque las fuerzas que le iban renaciendo, íbalas agotando en leer lo escrito una y otra vez, porque le parecía -y lo es en realidad-

hermoso. Así, lo que primero eran lecciones de hsitoria civil, acabaron por ser algo así como lecciones de historia sagrada, que sirven para rezar, pero no sirven para vivir.


Todo esto, mis dos amigos quisieron decirlo en público.



A poco, los dos nombres aparecían en los periódicos, como de los iniciadores de una idea inspirada en el anhelo castellano de resurgimiento.



La iniciativa consistía en la implantación de "El día de Castilla". Lera de Isla y Girbal habían concebido una cosa buena. Conmemorar cada año la fecha en que Padilla, Bravo y Maldonado dieron su sangre por las libertades castellanas. Pero no se iba a tratar de un día solo. Esta fecha gloriosa y casi olvidada tendría, en fechas anteriores y posteriores sus prolegómenos y su epílogo. Y esos varios días de castellanismo en acción significaban muchas cosas; significaban industria y comercio; arte y turismo; historia y poesía; poesía recia (castellana)...; significaban, pues, unos días al año de riqueza y de cultura.



¿Qué sucedió? 



Pues sucedió que sus iniciadores eran lo que se ha dicho: dos muchachos ¡y poetas! Y las gentes serias, a cuya clase, por una de tantas inexplicables ironías del proceso humano, pertenecen siempre los que organizan fiestas, se miraron unos a otros, acariciándose las barbas y prorrumpieron en un ¡bah! unánime, que pareció el más 

fiel eco de un ronquido en el Senado, en aquellos tiempos en que ya no se iba al Senado a dormir, no por otra cosa, sino porque no se iba.


Ahora bien; si aquellas gentes; serias no hubieran pronunciado aquel ¡bah!, "El Día de Castilla" tampoco se habría celebrado por las mismas razones (sinrazones) por las que Bilbao dejó de conmemorar los fueros, Cataluña de izar la bandera barrada y Valencia de pasear la señera.



Pero yo recuerdo la iniciativa de mis amigos, precisamente, por eso; porque vivimos días nuevos en que Bilbao, Cataluña y Valencia, desaparecido el mar revuelto de las recientes ignonimias, vuelven a acercarse a las rocas, trepando a las cúspides, para atalayar su futuro, sirviendo a la perspectiva de puntos de enlace entre "mañana" y "ayer". Galicia no les va a la zaga. Andalucía palpita, se retuerce, se estremece en generosos estremecimientos, como madre próxima a parir.



Entretanto, Castilla no grita; bien es verdad que no ha gritado nunca, porque la voz de Castilla no da estridencias, lo mismo que su suelo. Pero, ¿tampoco habla?



Yo no quiero creer que tengan razón los que hablan de una Castilla tendida al sol; es más: yo sé que no la tienen.



Pero en estas horas, eminentemente laicas, hemos de hacerlo sin oraciones, sin quemar incienso; hemos de hacerlo pidiendo la autonomía de Castilla y ofreciendo el Estatuto de Castilla.



¿Que no está capacitada políticamente, administrativamente? Castilla es rica, con la riqueza que no se lleva de un lado para otro. Unos altos hornos producen donde se instalen, una fábrica de paños también. Lo que no se puede llevar a Vizcaya ni a Cataluña son los campos fértiles de Castilla, que son la riqueza de Castilla. Castilla, además, está capacitada políticamente. Sobre esto, nada tengo que decir.



No; Castilla no está tendida al sol; puede que esté tendida, pero es para trabajar su tierra. Y ha llegado la hora en que el cavador se endereza, seca el sudor de su frente y mira al sol, para ver cuánto le falta de su cotidiano cautiverio.

jueves, 14 de junio de 2018

Volveremos

Por Miguel Giménez Igualada


(Iniesta (Cuenca), 1888-México, 1973)


(Solidaridad obrera, órgano del movimiento libertario español en Francia (París), nº 217, 23 de abril de 1949, p. 1)


Mensaje de optimismo y de fervor, tejido con recuerdos y esperanzas, dirigido a un castellano que, aventado por el ciclón que los odios desataron, habita en cualquier rincón del mundo, viviendo en belleza y amor.

Hermano: al acordarme hoy de ti, el recuerdo ha traído a mi memoria, como oleada de aromas, la visión de aquellos magníficos días de devoción y de fe, en que juntos, recorríamos Castilla sembrando en los corazones bravura, amor y coraje. ¡Qué días hermano! ¿los recuerdas? ¡Qué días de fervor, de 
ensoñaciones, de arrojo, de abnegación, de noble desinterés, de inquietudes, de dolor, de alegría y de tormentos mezclados, ya que las horas eran pocas para gastar emociones de delirio, exaltaciones de santos, arrebatos de pasión, calmas de serenidad estoica!

¡Cuántas veces, en el fondo de dolor de las prisiones francesas, he pensado en aquellos días tormentosos y magníficos, trágicos y radiantes de esperanza!¡Cuántas horas, en la quietud del encierro, he pensado que paseaba contigo por los llanos de la Mancha, llevando a los corazones de los honrados labriegos el consuelo de una palabra amorosa y la esperanza de un luminoso de concordia y alegría!

Tú sabes mejor que nadie, mi hermano, cómo quiero a los hijos de los campos de Castilla, qué venturas y alegrías he deseado a los que siempre sufrieron, qué lágrimas he derramado por ellos
y qué incansables trabajos volvería a realizar para que fueran felices los labriegos, mis hermanos. Tú conoces, como nadie, mis amores a la tierra y a los hombres de la tierra: los pastores, los gañanes; los que tienen su reloj colgado en las estrellas y su espejo en la linfa, siempre clara y siempre virgen, de los ríos; los que crean con sus manos hacendosas los huertos y los vergeles; los que acarician la tierra con más suaves caricias que a la madre; los que huelen los aromas de la siembra y peinan las frondosas cabelleras de los trigos con la unción con que cogen en sus manos, para olerlas y besarlas, las trenzas de sus mujeres; los que revuelven la entraña de la tierra con casta y sana lujuria y la riegan y fecundan con su sudor y su sangre.

¡Cómo quiero a los hombres de las tierras de Castilla: los labriegos, los jornaleros de las tierras labrantías, que cantan en majuelos y bancales para que el viento, su amigo, lleve el cantar a su amada; los que en las largas besanas, tras la yunta, y apoyados en la esteva, reciben las bofetadas del frío que curte, cuando no mata, y las calmas sofocantes de los soles que achicharran y calcinan, sin que una queja se escape de sus labios ni un suspiro de sus pechos, ni un asomo de cansancio de sus cuerpos, fundidos con el barro rojipardo de la estepa, amasados con dolor y tallados, como madera de encima, con el hacha!¡Cómo quiero a los hombres de las tierras castellanas: mis hermanos! 



Y no los quiero porque sean castellanos, sino que quiero a Castilla por los hombres recios, firmes y nudosos que, como troncos de encinos milenarios que brotaron en su entraña, desafían inclemencias y huracanes por los que, altivos en su soberbia hidalguía, no se inclinan ante reyes ni caudillos; por los que, primeros en honradez y en nobleza, no ceden el puesto a nadie en dignidad ni en hombría.

¡Tierra de hombres es Castilla; nuestra tierra, castellano!



Volveremos. Necesitamos volver a Castilla: ¡nos esperan hermanos castellanos! Volveremos a castilla para seguir los caminos del ideal de nuestro abuelo Quijano; volveremos a Castilla para contemplar a los hermanos campesinos, en sosiego y en sus casas, con sus madres, sus esposas y sus hijos; volveremos a Castilla para reír, aunque sangre el corazón por tantos duelos; volveremos a Castilla para cauterizar los odios para que sean inocuos e infecundos; volveremos a Castilla a sembrar en las abiertas besanas en sus tierras labrantías -siembra eterna- nuevas simientes de libertad; volveremos a Castilla a que retumbe en sus montes y llanuras un nuevo grito de redención y fe. Ten confianza en ti mismo: volveremos a Castilla a sembrar y cosechar nuevamente humanidades, siendo lo que siempre fuimos: misioneros del valor y del amor.



Mientras volvemos, hermano, Castilla -raíz y fruto de hombría- debe estar donde nosotros estemos. Así honramos en nosotros a la estirpe; y así la estirpe es honrada por nosotros. 

martes, 12 de junio de 2018

La crisis agrícola: la impotencia de Castilla


Por Gregorio Fernández Díez


(El Adelanto de Salamanca, 21 de mayo de 1930, p. 1)

Confesaré que mi castellanidad se exalta de día en día, aunque presumo que algo semejante ocurrirá a todos los buenos castellanos en presencia de los hechos, si observan y cuentan las rigideces o los agravios que los Poderes públicos ensayan y cometen con Castilla; con esta bien amada tierra nuestra; aborrecida, odiada por tantos, por sus grandes pecados: sabed, amables lectores, según se dice, que ejerce una "hegemonía tiránica", que lo "absorbe todo" y, en fin, porque "unitarista", "desasimila" todo lo vario y peculiar de otras regiones...

¿Se puede tolerar ya tanta monserga, tan falsedad y tanta injusticia?

¿Se puede escuchar, con calma, tales afirmaciones? ¿Qué hegemonía es esa que trae a Castilla empobrecimiento? ¿Dónde está ese espíritu absorbente cuando los hechos proclaman que no le quedan fuerzas ni para defenderse? ¿Qué cuento es ese del asimilismo castellano que por tolerancia y 
fraternidad no ha intentado siquiera y a consecuencia de lo cual ve, precisamente, alzarse hoy contra las insolentes y artificiosas diferenciaciones... económicas?

Pues, lector, la hegemonía de Castilla, por lo visto, consiste en que tolera que se hiera de muerte la vida de sus capitales de provincia, restándoles academias y otros medios, cuando por razón de tutela nacional el Estado debería de proceder a la inversa, con las pequeñas ciudades interiores.

La hegemonía de Castilla debe estribar en que, todavía capitales de provincia castellanas, como Soria y Cuenca, carezcan de guarnición.

A Castilla hay que considerarla, absorbente, sin duda, porque con humildad tolera que el Patrimonio de Turismo derrame sus prodigalidades sin acordarse del Monasterio de San Millán de la Cogolla, de Numacia, de Zamora, de la Ruta de Don Quijote, abocando, en cambio, millones en obsequio de privilegiadas ciudades y regiones.

Castilla debe ser absorbente, sin duda, porque impávida contempla cómo se ha convertido un centenar de millones del Estado, de la nación toda, sobre certámenes y sobre ciudades; una de las cuales ya está voceando su agradecimiento, aunque diferencial, de dudoso españolismo.

Un centenar de millones que, por lo visto, han agotado las arcas del Tesoro, que no puede ahora socorrer a los trigueros castellanos, a los ganaderos castellanos, a los resineros castellanos.

Castilla habrá de convenir en que "en verdad", es absorbente. En el presupuesto extraordinario de la Dictadura, se incluyeron seiscientos millones para obras en los puertos periféricos y, no obstante, de periferia han salido voces "generosas" que solicitan que no se concluyan los ferrocarriles que han
de atravesar la paramera castellana. Se odia tanto a Castilla, que ni siquiera comprenden que sus puertos necesitan el tráficos que puedan abocar esoso ferrocarriles.

Pues en la periferia se han denostado los ferrocarriles castellanos de referencia.

Por otra parte, el Gobierno mismo, el actual, que no ha mermado un ápice ese gasto cuantioso y absurdo de treinta y tantos millones invertidos en la burocracia de los Comités Paritarios, no quiere atender a Castilla. No esperamos, no, que se incaute el trigo, teniendo su mano a la primera fuente de la riqueza nacional, a la agricultura.

Mas no es extraña tan singular conducta. El Jefe del Gobierno manifestaba, poco hace, a cierto exdiputado republicano catalán, que cierta región merecía trato especial. Aquella afirmación
no puede hacerse; ese juicio, si para la región aludida es una lisonja, constituye un agravio para el resto de España. Y lo peor no es que se diga, sino que en la práctica podamos comprobar que 
las regiones no merecen todas por igual idéntico trato por parte de los Gobiernos.

Ha querido castilla exteriorizar su sentir, sus pesares y expresar públicamente la crisis en que su agricultura se ve sumida, y once provincias, con tres millones de habitantes, han tenido que sufrir una bofetada de la nueva Dictadura que hace buena a la que se marchó.

Castilla, la imperativa Castilla, la desasimiladora Castilla, es la que tolera que los aranceles se confeccionen para sostener cuatro industrias eternamente torpes; es la que tolera que los mineros, y los navieros, y los textiules y los harineros del literal usufructúen el dulce auxilio de las primas con dinero del agro español.

Claro, que cierto personaje, en su libro "Por la concordia", que no es precisamente una invitación a la misma, nos ha dicho ya que obedece a que, si bien en España "no hay" unidad idiomática, ni racial, ni cultural... "existe", en cambio, unidad económica unidad aduanera y otraS unidades semejantes. Sea como quiera, el centralismo, asegurémoslo, no es unitarista. La unidad de procedimientos y la de medir a todos por idéntico rasero, es un unitarismo que Castilla, por desgracia, desconoce. Por ello,
sin duda, el Gobierno que deja vocear a otros, que atiende a otras regiones, ha amordazado a Castilla y la ha desatendido. Más no siendo nuestros Ayuntamientos y Diputaciones provinciales la encarnación genuina del pueblo castellano, no esperemos aquella gallarda actitud de que alguien hablara en la Asamblea celebrada el mes pasado en Palencia, que sería realmente la digna protesta. Esperemos, eso sí, la ruina de la agricultura castellana.

¡Hegemónica, absorbente y desasimiladora castilla: entre los envites de los Gobiernos y los golpes de fraternidad periférica, concluirás, pobre de ti, en colonia... Marruecos peninsular!