Castilla, un resurgimiento material necesario

Por un castellanismo contra la Agenda 2030

"Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo" (T. A. Edison).

domingo, 30 de octubre de 2016

Aspiraciones regionalistas

(El Liberal arriacense, 17 de junio de 1916, p. 1)

Al fin ha terminado en el Congreso la discusión de la enmienda presentada al Mensaje de la Corona por los regionalistas catalanes. Al país, en general, no le ha sentado muy bien que se hayan perdido tantos días en una discusión que desde luego ofrece gran interés, pero que ha debido quedar relegada a segundo término ante la apremiante urgencia de los múltiples problemas pendientes de resolución. Y tanto más es de lamentar esa pérdida de tiempo cuantoi que Cataluña podía esperar más tiempo la resolución de ese problema puramente político. No es angustiosa la situación del Principado y la guerra, lejos de perjudicar a la industriosa región catalana, la está favoreciendo en gran escala. En cambio, otras regiones españolas requieren auxilios y reformas de inaplazable necesidad. Y es lamentable que, por intransigencias de los catalanistas, estos problemas no hayan podido ser abordados todavía. Afortunadamente, y a juzgar por el magno discurso del señor ministro de Hacienda en el Senado, no ha de tardarse en plantearlos y en procurar su acertada solución.


Justo es reconocer, sin embargo, que el tiempo no se ha perdido inútilmente. Se ha limado asperezas, se ha producido un movimiento de aproximación y, sobre todo, se han definido categóricamente las actitudes de unos y otros.


Aspiran el señor Cambó y los suyos a que se les reconozca una personalidad, o mejor aún, una nacionalidad dentro del Estado español. Y con decir esto, basta para darse de lo que pretenden los de la Liga, ya que la palabra nacionalidad lo explica todo suficientemente.


El Gobierno, o tal vez fuera mejor decir el partido liberal por boca de su ilustre jefe, señor conde de Romanones, ha confesado paladinamente que no le asuan los términos autonomía municipal y regionalismo, pero que no transige ni un ápice en todo cuanto pueda contribuir a crear una soberanía independiente de la soberanía del Estado español, soberanía independiente que acaso con el tiempo se pusiera enfrente de ese Estado.

Vean, pues, los catalanes de buena fe cómo el Gobierno no se opone a sus aspiraciones, cuando éstas son legítimas y están sancionadas por la conciencia de la Nación. ¿Qué hombre político, modernamente orientado, podrá rechazar el concepto de autonomía municipal? Precisamente, por excesiva dependencia de los Municipios al Poder central, arrastran muchos de aquellos una vida lánguida y estéril. Pero de eso a lo otro hay un mundo de distancia y ese espacio solo podría franquearse mediante una reforma radical de la Constitución.

Aún este problema de la autonomía no se puede acometer por ahora. Son otros más apremiantes los que exigen pronto estudio y rapidísimo remedio, y estando como está el Gobierno decido a poner manos a la obra, es casi delito de lesa Patria, entretener los mementos en discusiones baldías que en nada contribuyen a robustecer nuestra personalidad ciudadana y económica para el día de la paz. Dijimos en otra ocasión que de la guerra hace vivir pendientes estas Cortes. ¡Ay de ellas si, por culpa de unos cuantos descontentos, su labor resulta estéril! Por el bien de todos, es de esperar que no lleguemos a ese resultado. Por boca del conde de Romanones, por boca del señor Alba, sabemos que el Gobierno no quiere que eso suceda. Harto menguados serán los que frustren esos propósitos loables del jefe de Gabinete y sus compañeros.

No serán éstos los encargados de responder ante el País.

Por lo demás, sería conveniente que este espíritu regional tan arraigado en Cataluña se desarrollase, adquiriendo vigor y lozanía, en otras comarcas españolas. Particularmente en Castilla no estaría de más un poco de espíritu regionalista. No es necesario decir que el regionalismo castellano huiría de estridencias y amenazas: basta conocer nuestro carácter para estar convencido de ello.

Pero es triste y doloroso pensar que siendo Castilla el núcleo y origen de la nacionalidad española, no tengamos más méritos ni más características que nuestra resignación legendaria y nuestro espíritu de sacrificio. El silencio ha sido siempre nuestro sistema; callar fue siempre nuestra norma de conducta. ¿Es de extrañar que sea Cataluña, que sean otras regiones españolas, las atendidas con preferencia, si ellas saben pedir y nosotros nos limitamos a esperar resignadamente las migajas con que, de vez en cuando, nos obsequian los Poderes públicos? 

¿Por qué no levantar nuestra bandera frente a otras banderas, no con aire de reto, sino con la sana intención de que los Gobiernos nos tengan siempre presentes en su memoria?

¡Ojalá las aspiraciones de los catalanes sirvan para despertar las nuestras, dormidas hace tantos años con un sueño muy parecido a la muerte!

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