Castilla, un resurgimiento material necesario

Por un castellanismo contra la Agenda 2030

"Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo" (T. A. Edison).

domingo, 22 de febrero de 2015

El regionalismo castellano: federales y catalanistas

(Artículo en el diario La Voz de Galicia, 30 de mayo de 1917)


Por Francisco Rivas Moreno (Miguelturra, 1851-Ciudad Real, 1935)

La federación es el primer paso en el camino de la unidad nacional; ello allana para una legal inteligencia los obstáculos que pudieran ofrecer la tradición y los estímulos del patriotismo.

El catalanismo se sitúa a la inversa que el principio federativo, pues pretender dar vida a las antiguas nacionalidades rompiendo los vínculos que crearon el tiempo y las mutuas conveniencias.

El nacionalismo es la moneda falsa del principio federativo.

Establecida la unidad nacional lo mismo en el orden político que en el económico, la aspiración de todas las regiones no podía ni puede ser otra que regirse por normas de conducta dentro de las cuales se desenvuelvan y prosperen las actividades sociales y la vida del derecho.

Las enseñanzas recogidas con motivo de la tragedia mundial, que tantas vidas ha sacrificado y tantos torrentes de sangre ha vertido, evidencian que el instinto de conservación de las naciones acudirá en el porvenir al principio federativo como pararrayos contra la asechanza del poderío militar. Lo sucedido a Bélgica, Grecia, Servia y Montenegro son lecciones que no desaprovecharán ciertamente las pequeñas naciones.

Cuando la democracia universal aspira a sustituir a la palabra "Patria" por la de "Humanidad" se presentan los catalanistas con la fórmula redentora y modernista de formar nacionalidades liliputienses.

El interés público demanda de todos que nos demos por notificados de las aspiraciones catalanistas, y que en la prensa y en la tribuna pública procuremos poner de manifiesto el peligro inminente de disolución en que se vería España, si la fatalidad hiciera que el programa de Cambó tuviese realidad.

El antagonismo entre federales y catalanistas está muy justificado, pues los primeros colocan siempre la unidad nacional por encima de todo linaje de aspiraciones; y en los catalanistas, especialmente los que siguen a Cambó, el separatismo es idea que late en sus propagandas.

El partido liberal tuvo siempre en su programa la descentralización, y bien capacitado de la vida desastrosa a que, por causas que ya le dirán, han llegado los municipios y las diputaciones, estima como deber includible de gobierno dar a estos organismos facilidades legales para que tengan una economía saneada y disfruten aquellas prerrogativas de que nunca debieron ser despojados.

Para llegar a la autonomía municipal se precisa algo más que llevar a la "Gaceta" acuerdos parlamentarios o medidas de gobierno, pues las columnas del periódico oficial son de poca consistencia para impedir el fracaso, y por eso hay que procurar cimentar la obra de regeneración administrativa sobre fuertes estados de opinión pública.

En España desde la "Gaceta" somos tan amantes como Inglaterra del "seftgoverment", pero la práctica de los ayuntamientos, especialmente los rurales, viven en un estado de tutela que los deprime y arruina.

Esto confirma que estamos siempre en franca rebeldía contra los dictados de la lógica.

Si en Francia decía Luis XIV "El Estado soy yo", en España tenemos una falanje [sic] de pequeños caciques de campanario, que pueden afirmar que el "Municipio son ellos", puesto que los hechos evidencian que su voluntad es omnímoda, lo mismo en lo que atañe a las Haciendas locales, que en los demás particulares que afectan a la vida municipal.

El ciudadano debe rebelarse contra el estado de servidumbre a que somete el caciquismo demostrando una voluntad tan recia como las circunstancias la exijan en todos aquellos empeños de la vida local en que está obligado a intervenir.

El sufragio universal dejará de ser una vana quimera cuando en los pueblos cada vecino emita su voto con absoluta independencia; pues libre el cuerpo electoral de la tutela que hoy le avasalla sería imposible que tuviera valor real el abominable encasillado.

En la gestión de los asuntos locales el abandono es completo, y así vemos que los presupuestos se confeccionan con arreglo a los patrones que dan los jefes de pandilla.

El nacionalismo no haría ciertamente el milagro de cambiar de la noche a la mañana estas malas prácticas por procedimientos de mejor acuerdo y conveniencia, pues en las comarcas donde sus hombres imperan, las haciendas locales llevan vida tan precaria como en Extremadura y Andalucía y el caciquismo se ejerce con iguales atrevimientos.

En cuanto a la centralización, ciego estará el que no vea con claridad meridiana, que lo que abominan de Madrid los catalanistas, sería más tarde en Barcelona planta frondosa y de profundas raíces.

A semejanza de lo que se hace en la vida agrícola, debemos establecer la cátedra ambulante para ir a los pueblos a decirles los riesgos que correría España bajo la influencia de las ideas nacionalistas, y lo urgente que es sanear el ambiente social estableciendo la autonomía municipal al amparo de los hombres capacitados de sus derechos y obligaciones.

Ahora son muchos los pueblos donde se buscan insolventes para que vayan al concejo a servir de editores responsables a media docena de pequeños ambiciosos que, por no tener nada que les recomiende, ni siquiera cuentan con arrestos para responder de sus malas obras.

El saneamiento del municipio español tiene que hacerse mandando a la casa del pueblo hombres sin tacha, importando poco la clase social a que pertenezcan, pues la honorabilidad y el patriotismo no están vinculados en ningún rango social.

Nuestra legislación da sobradas facilidades para esta empresa de redención social.

La providencia de las clases humildes, dice Chamberlain, que es el municipio en Inglaterra.

Allí todos los vecinos miran cosa propia los asuntos locales.

Recomendamos tan hermoso ejemplo, pues buena falta hace que se importe del extranjero algo de cuya utilidad no pueda dudarse en el orden económico y en el social.

martes, 17 de febrero de 2015

El regionalismo castellano

(Artículo en el diario madrileño El eco del pueblo, 21 de julio de 1917)

Por Francisco Rivas Moreno (Miguelturra, 1851-Ciudad Real, 1935)

Para los hijos de Castilla la idea de la Patria está colocada en el altar de sus más puras adoraciones, y el mayor placer es ofrendarla todo linaje de sentimientos nobles y de acciones generosas, anhelosos de ver a la madre común disfrutar de grandes prosperidades. No tiene, por tanto, el regionalismo castellano ni el más remoto parentesco con el que en malhora propaga Cambó por algunas provincias.

El regionalismo a que aludía el ilustre general Aguilera en un discurso del Hotel Ritz es el que,por nada ni nadie, se presta a debilitar ni romper las disciplinas de la unidad nacional.

Importa mucho al interés público acabar con los equívocos en todo cuanto hace relación con las campañas regionalistas, pues los catalanes que han tremolado esta bandera empezaron las propagandas con palabras tan poco explícitas que dejaban la duda de si abogarían por la descentralización o el principio federativo; pero las intenciones han ido quedando al descubierto a medida que se han creído más fuertes, y Cambó habló en Bilbao con tal desenfado del nacionalismo, que ya no hay que leer entre líneas en los discursos de este propagandista para saber que ni Mella, ni Maura, ni ningún buen español pueden comulgar con sus ideas.

La Vizcaya, en Galicia y en otras regiones de la Península que tienen dialecto propio, los regionalistas catalanes intentan buscar prosélitos, tocando algunas fibras del sentimentalismo, a las que saben ellos que no deja de responder la irreflexión.

El hecho de que los catalanes y vizcaínos enseñen a sus hijos el dialecto en que sus antecesores expresaron los cariños de familia y los amores a la Patria nada tiene que ver con la idea nefasta de querer romper los vínculos de una nacionalidad gloriosa formada por los siglos a costa de innumerables sacrificios.

Para los castellanos, el problema del regionalismo no representa otra cosa que la obra del progreso nacional por medio de la división del trabajo.

Cada región tiene intereses particulares que, fomentados por los que en ella viven con unidad de esfuerzos y aspiraciones que permite el interés común, dará por resultado una mayor cultura y un estado económico más próspero.

La hacienda nacional no es, en realidad, otra cosa que la suma de las regionales, y, por tanto, a mayor prosperidad de ellas corresponderá un mayor florecimiento de la primera.

No tienen los catalanes, ciertamente, la exclusiva en lo que atañe a la protesta enérgica y sincera contra los males del centralismo administrativo; pero el remedio de éstos no se acude tratando de amputar al cuerpo nacional todos los miembros para provocar la muerte, sino aplicando aquellas normas de conducta que el estudio y la experiencia recomiendan como de eficacia bastante para llevar a la normalidad el país.

Hay que agregar, a una descentralización bien meditada, otros particulares, que, si bien no tienen alcance tan extraordinario como esta primera reforma, que pudiéramos calificar de espina dorsal del regionalismo, son complemento obligado de este programa.

Aludo al hecho de que los hijos de cada región sean los primeros en la labor de engrandecimiento de la patria chica, tanto porque, estando llamados a recoger los provechos, sobre ellos pesa la obligación de un concurso entusiasta y decidido, cuando porque, educados en los apremios económicos de la región y en sus necesidades morales y materiales, es natural que a ellos les sea más llano el camino a recorrer que a los extraños al sentir y vivir de comarcas a las que no estuvieron nunca ligados por vínculos de ninguna clase.

Se desenvuelve nuestra vida en una serie de círculos concéntricos; tenemos en la familia los más fuertes afectos; siguen a éstos los del pueblo donde nacimos; después, la provincia; más tarde la región, y, por último, la nación.

Ha tenido la Mancha hijos ilustres a quienes en la historia se dedican algunas páginas escritas con pluma de oro; y, a pesar de esto, no hay en aquella región, para mí tan querida, un monumento que los recuerde a la posteridad, sucediendo esto precisamente en una época en que se ve levantar estatuas a medianías, ayunas por completo de todos aquellos méritos que legitiman estas distinciones sociales.

Siendo Presidente de la Diputación de Ciudad Real propuse a la Corporación, y ésta aceptó por unanimidad, que se levantaran dos estatuas: una a Espartero y otra a Monescillo.

Cuando estos dos grandes hombres llegaron a las más altas jerarquías, de la gobernación del país primero, y del estado eclesiástico el segundo, vivían extraños por completo a la patria chica, porque ésta poco o nada les había ayudado para subir la escala de las altas distinciones. Todo, absolutamente todo, lo debían al esfuerzo individual como ahora sucede al general Aguilera. Muchas personas han creído que Espartero era riojano.

Los tiempos han variado, afortunadamente, y yo me enteré con singular satisfacción de los agasajos y distinciones que hace meses dieron ocasión para exteriorizar los entusiasmos y el cariño con que la patria chica premiaba los relevantes méritos de dos pintores tan eximios como Carlos Vázquez y Ángel Andrade.

Los catalanes, que tanto abusaron del Arancel en daño de las demás regiones, quisieran, para otros efectos, rodear a aquellas provincias con una muralla parecida a la de China persiguiendo un aislamiento que los hechos evidenciarían bien pronto que les era dañoso.

En Castilla no es el egoísmo escudo que pueda amparar las conveniencias de la región.

sábado, 14 de febrero de 2015

Castilla, cuna del bien común

RESEÑAS DE LIBROS

Portada del libro ¡ Viva el común !


Rubinstein, Juan Carlos. ¡Viva el Común! La construcción de la protosociedad civil y la estructura política castellana en el Bajo Medioevo. Buenos Aires: Prometeo, 2005. 693 p.

Afirma el autor que, históricamente, lo común es aquello que surge de la comunidad y, por tanto, estos bienes pertenecen y responden al interés de todos y cada uno de los miembros, comuneros o ciudadanos.


En este trabajo, el autor ha intentado desenvolver el proceso de construcción y articulación de las protosociedades civiles y políticas en la Castilla bajomedieval. El hecho de haber resultado derrotados los comuneros frustró el posible desarrollo de la respectiva sociedad civil. El imaginario comunitario que tiñó el escenario medieval sirvió para regular conductas y dar sentido a instituciones nacidas bajo el mismo, pero que cobraron un significado político diferente dentro de nuevos contextos estructurales. Ejemplo de ello es el desarrollo del procesos políticos inglés y francés, en los siglos XVII y XVIII, respectivamente. Del mismo modo, este análisis arroja luz sobre la discusión de si el levantamiento Comunero implicó la última oleada de las conmociones medievales en Castilla o, por el contrario, constituyó la primera revolución de la modernidad.


Juan Carlos Rubinstein es doctor en Derecho y Ciencias Sociales y catedrático emérito de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Es autor, entre otros, de Desarrollo y discontinuidad política en Argentina (1968), Estrategia y táctica para el cambio (1972), Moralidad social en una sociedad dependiente y Sociedad civil y participación ciudadana (1994).