Por César Real
(El Castellano, diario de la mañana (Salamanca), 27 de agosto de 1906, p. 1)
Idólatra de su culto la he buscado en el campo, donde vivo y en la próxima ciudad, en el corazón mismo de Castilla la Vieja, en la capital del hidalgo reino castellano.
¿Dónde está?
Quizá se mece esfumada en los ensueños de progreso de la gente culta que viaja, lee, escribe y hablo en los círculos, periódicos y academias de la población; acaso anima y conforta a los industriales y obreros que luchan denodadamente por llegar a un límite de perfeccionamiento, en la transformación de los productos del país y de otras regiones donde queden vencidas las dificultades y riesgos de la competencia ruinosa que ahora sostienen; probable es que flote agitada sobre los mares de enceradasmieses por el dorado abanico de espigas que nació, vivió y cae en el surco al golpe tajante de la hoz; ¡quién sabe si yace adormecida con el robusto "hachero" que
sestea a la sobra tibia y perfumada del pino secular que se yergue altivo, como si desariara los rayos abrasadores de un sol a quien aguanta igual resignada gallardía que a la nieve invernal!
No sé si alguien lo ha dicho ya: pero a mí se me ocurre que el pino es algo así como nuestro árbol de Guernica; con la diferencia de que los vizcaínos cultivan y protegen el venerado emblema de sus libertades y fueros, y los castellanos duermen o dormimos a la sombra, cada vez más débil, de nuestro símbolo, viven aun, porque la sobriedad les permite sostenerse en campos semiestériles y su fortaleza resistir los embates de la atmósfera enemiga que le
rodea, y su longevidad ir acumulando ejecutorias de nobleza que no sirvieron ni le valen más que para lucirse con el humo de la vanidad que aparentemente anula los achaques de una senectud decrépita.
Indudablemente Castilla duerme y sueña.
No despertará seguramente por las excitaciones de los hambrientos de la legión famélica, porque esta se satisface con muy poco. Sin duda se ha logrado en gran parte en nuestra región reducir el estómago al mínimo de capacidad. Tamposo ha de volver a la realidad por vías del buen cálculo de la gente ilusrada porque las debilidades, físicas y ostentorias de su intelecto, son insuperable obstáculo.
Pero aun conservan los castellanos -principalmente los campesinos- una fibra muy sensible a las impresiones que por el medio de ella se les comunica; el corazón tan sincero, tan blando y generoso, como el de los niños.
Y no hay nadie que llegue al corazón de las muchedumbres más fácil y eficazmente que los poetas.
Galán quizá no hubiera llegado a ser el mejor de los poetas castellanos; pero sí ha sido el mejor castellano de nuestros poetas.
Nadie ha contribuido tanto como él a levantar el espíritu regional.
Pero eso tiene tan fervientes admiradores de su obra entre los regionalistas castellanos.
Su labor ha dejado raíces muy hondas. Fundó una escuela: la de la poesía castellana.
Ya tiene discípulos que proseguirán su acaso intuitivo, patriótico empeño.
Dentro de muy poca ha de imprimirse un hermoso libro de versos, del que es autor don César de Medina Bocos, y en el cual figurará en primer término la siguiente hermosísima composición:
EL CANTO DE LA ALONDRA
(Con motivo de la muerte de Gabriel y Galán)
En la tarde serena,
En medio del vivir pobre y sencillo,
Al descansar de rústica faena
¡Qué dulcemente suena
El alegre cantar del pajarillo!...
Mas el campo en que vierto mis sudores
Es árido y desierto,
Ni tiene bellas campesinas flores,
Ni música de pájaros cantores
Turba la calma del paisaje yerto.
De su aridez mi espíritu cansado
¡Con qué placer tan hondo
Recogiera en su fondo
El melodioso canto regalado
Con que una tarde a consolarme vino
"Una alondra del páramo vecino"
Yo escuché en su canción el rugido grato
Del agua cristalina del regato
Que los chopos refleja,
Y ese dulce lamento
Que produce, movida por el viento,
"La copa verde de la encina vieja."
El murmullo sonoro
Del mar de espigas de oro,
Mecido blandamente por la brisa,
La voz vaga, indecisa,
Del campo al despertar en la alborada,
De la rústica gaita tonada,
El mujir del terneno en la pradera,
El ruido de la era
Y la canción honrada
Del gañán al cantar la sementera...
Todos, todos los ruidos
Que me son tan queridos
Sonaron en su música divina:
¡Que nutría sus cantos seductores
Con todos los acentos y rumores
Que forman la sonata peregrina
Del campo, donde tengo mis amores!
¡Breve fue mi alegría!
La alondra que raudales de armonía
Vertió de mi vivir para consuelo
Dejó mi campo al declinar el día;
Yo, con la vista, la seguí en su vuelo...
¡Ya la he perdido en el azul del cielo!
Pero su canto ¡le oigo todavía!
Mi querido amigo Medina Bocos es también político -diputado provincial- y labrador.
Había yo venido a Valladolid retorciendo en mi mente una frase inspiradísima, salvadora. "Es preciso oponer a la solidaridad catalana".
Pero, ¿cómo va crearse la solidaridad castellana, quién la va a dar impulso?, me preguntaba ya, y estaba decidido a preguntárselo aquí, en la capital de la región, a políticos industriales, labradores, obreros, hombres de ciencia...
Y una mañana, en la Acera de San Francisco, encontré a Medina; íbale a interrogar, como labrador y político, acerca de este movimiento regional y se anticipó recitándome parte de los versos de su futuro libro.
Ya sé, dije para mí, mientras le escuchaba, quien ha de despertar al robusto "hachero" que sestea a la sombra tibia y perfumada del pino secular... para cultivarle y defenderle.
Valladolid y agosto 1906
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