(Castilla, revista regional ilustrada (Toledo), nº 23 (25 de febrero de 1919), p. 27)
Al Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros y a las Cámaras de Comercio e Industria de Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y León.
La Cámara de Comercio de Toledo, reanudando la historia de las reivindicaciones castellanas, aspira a preparar un movimiento de opinión, distinto del de las Comunidades y de la Unión Nacional, dos intentos malogrados, por falta de conciencia colectiva. El primero tuvo tres mártires y el segundo uno, que murió sólo, porque los apóstoles, que hace 20 años le seguían, hipotecaron el credo castellano a la corrupción, que anatematizaban. Esos apóstoles viven. ¡Y cómo viven!. Con escarnio, con vilipendio del propio decoro y del decoro nacional; en comandita de publicidad y de orgía, para frustrar los movimientos sanos de opinión, incorporándose a ellos con las más impuras intenciones.
Las colectividades, que en Castilla defienden intereses tan santos como los de la cultura y de la riqueza del pueblo castellano, no deben consentir, ni un minuto más, que los falsos redentores, que
llevan en la conciencia salpicaduras de lodo y en sangre impuros mestizajes, se arrogan la representación de Castilla, después de haberla entregado de pies y manos atada, a quien le impuso nuevamente el yugo.
Nuestra misión es pedirle al Poder cuáles son sus deberes, para con la Nación y para Cataluña, y hacer un examen de conciencia pública de los derechos y fueros castellanos. Para eso pedimos una Asamblea magna, con la colaboración de las Cámaras de Comercio de las tres Regiones castellanas y con la representación del Gobierno, convocada en esta ciudad de los Concilios, en esta ciudad, cuyo escudo, hay un águila, cuyas alas simbolizan el ideal para volar por el cielo, y en cuyas garras está la fuerza, para defender su derecho a la vida, base y condición de todos los derechos y deberes cívicos. En la plaza de Padilla, de la ciudad de Toledo, sembrada de sal, retoñaron estos brotes de espíritu castellano.
La Cámara de Comercio de la Imperial ciudad se cree obligada a esparcir por la tierra y por la conciencia castellana, esta simiente de libertad, santificada con la sangre del pueblo y de sus caudillos
en Villalar.
Venimos, pues, a continuar la historia de las reivindicaciones castellanas, ante el Poder central, recogiendo las necesidades, los problemas vivos del pueblo castellano. Queremos reivindicar nuestra
libertad plena; pero puesto que España y la Nación son hijas del esfuerzo de nuestros padres, no hemos de consentir, que se despedace un patrimonio espiritual y territorial, común, del cual, por espacio de cinco siglos, nos alimentamos todos como hermanos, cobijados al amparo de una madre única y de una tradición idéntica. (...)
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