Por Gregorio Fernández Díez
(El Adelanto de Salamanca, 21 de mayo de 1930, p. 1)
Confesaré que mi castellanidad se exalta de día en día, aunque presumo que algo semejante ocurrirá a todos los buenos castellanos en presencia de los hechos, si observan y cuentan las rigideces o los agravios que los Poderes públicos ensayan y cometen con Castilla; con esta bien amada tierra nuestra; aborrecida, odiada por tantos, por sus grandes pecados: sabed, amables lectores, según se dice, que ejerce una "hegemonía tiránica", que lo "absorbe todo" y, en fin, porque "unitarista", "desasimila" todo lo vario y peculiar de otras regiones...
¿Se puede tolerar ya tanta monserga, tan falsedad y tanta injusticia?
¿Se puede escuchar, con calma, tales afirmaciones? ¿Qué hegemonía es esa que trae a Castilla empobrecimiento? ¿Dónde está ese espíritu absorbente cuando los hechos proclaman que no le quedan fuerzas ni para defenderse? ¿Qué cuento es ese del asimilismo castellano que por tolerancia y
fraternidad no ha intentado siquiera y a consecuencia de lo cual ve, precisamente, alzarse hoy contra las insolentes y artificiosas diferenciaciones... económicas?
Pues, lector, la hegemonía de Castilla, por lo visto, consiste en que tolera que se hiera de muerte la vida de sus capitales de provincia, restándoles academias y otros medios, cuando por razón de tutela nacional el Estado debería de proceder a la inversa, con las pequeñas ciudades interiores.
La hegemonía de Castilla debe estribar en que, todavía capitales de provincia castellanas, como Soria y Cuenca, carezcan de guarnición.
A Castilla hay que considerarla, absorbente, sin duda, porque con humildad tolera que el Patrimonio de Turismo derrame sus prodigalidades sin acordarse del Monasterio de San Millán de la Cogolla, de Numacia, de Zamora, de la Ruta de Don Quijote, abocando, en cambio, millones en obsequio de privilegiadas ciudades y regiones.
Castilla debe ser absorbente, sin duda, porque impávida contempla cómo se ha convertido un centenar de millones del Estado, de la nación toda, sobre certámenes y sobre ciudades; una de las cuales ya está voceando su agradecimiento, aunque diferencial, de dudoso españolismo.
Un centenar de millones que, por lo visto, han agotado las arcas del Tesoro, que no puede ahora socorrer a los trigueros castellanos, a los ganaderos castellanos, a los resineros castellanos.
Castilla habrá de convenir en que "en verdad", es absorbente. En el presupuesto extraordinario de la Dictadura, se incluyeron seiscientos millones para obras en los puertos periféricos y, no obstante, de periferia han salido voces "generosas" que solicitan que no se concluyan los ferrocarriles que han
de atravesar la paramera castellana. Se odia tanto a Castilla, que ni siquiera comprenden que sus puertos necesitan el tráficos que puedan abocar esoso ferrocarriles.
Pues en la periferia se han denostado los ferrocarriles castellanos de referencia.
Por otra parte, el Gobierno mismo, el actual, que no ha mermado un ápice ese gasto cuantioso y absurdo de treinta y tantos millones invertidos en la burocracia de los Comités Paritarios, no quiere atender a Castilla. No esperamos, no, que se incaute el trigo, teniendo su mano a la primera fuente de la riqueza nacional, a la agricultura.
Mas no es extraña tan singular conducta. El Jefe del Gobierno manifestaba, poco hace, a cierto exdiputado republicano catalán, que cierta región merecía trato especial. Aquella afirmación
no puede hacerse; ese juicio, si para la región aludida es una lisonja, constituye un agravio para el resto de España. Y lo peor no es que se diga, sino que en la práctica podamos comprobar que
las regiones no merecen todas por igual idéntico trato por parte de los Gobiernos.
Ha querido castilla exteriorizar su sentir, sus pesares y expresar públicamente la crisis en que su agricultura se ve sumida, y once provincias, con tres millones de habitantes, han tenido que sufrir una bofetada de la nueva Dictadura que hace buena a la que se marchó.
Castilla, la imperativa Castilla, la desasimiladora Castilla, es la que tolera que los aranceles se confeccionen para sostener cuatro industrias eternamente torpes; es la que tolera que los mineros, y los navieros, y los textiules y los harineros del literal usufructúen el dulce auxilio de las primas con dinero del agro español.
Claro, que cierto personaje, en su libro "Por la concordia", que no es precisamente una invitación a la misma, nos ha dicho ya que obedece a que, si bien en España "no hay" unidad idiomática, ni racial, ni cultural... "existe", en cambio, unidad económica unidad aduanera y otraS unidades semejantes. Sea como quiera, el centralismo, asegurémoslo, no es unitarista. La unidad de procedimientos y la de medir a todos por idéntico rasero, es un unitarismo que Castilla, por desgracia, desconoce. Por ello,
sin duda, el Gobierno que deja vocear a otros, que atiende a otras regiones, ha amordazado a Castilla y la ha desatendido. Más no siendo nuestros Ayuntamientos y Diputaciones provinciales la encarnación genuina del pueblo castellano, no esperemos aquella gallarda actitud de que alguien hablara en la Asamblea celebrada el mes pasado en Palencia, que sería realmente la digna protesta. Esperemos, eso sí, la ruina de la agricultura castellana.
¡Hegemónica, absorbente y desasimiladora castilla: entre los envites de los Gobiernos y los golpes de fraternidad periférica, concluirás, pobre de ti, en colonia... Marruecos peninsular!
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