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sábado, 30 de diciembre de 2017

Leyendas de la montaña de Castilla: La anjanuca blanca

Por Manuel Llano

(Castilla gráfica, revista semanal (Madrid), nº 29, 31 de agosto de 1924) 


A mi querido amigo el insigne novelista Ricardo León, enamorado ferviente de las cosas de la Montaña

"Eso sí que no, ¡recontras! Antes dejo espellejame vivu que pasar por las cueva de ias Anjanas esta noche tan oscura y vintiscosa... ¡Eso sí que no! Sinducu no pasa de anocheciu por la cueva de las Anjanas onque lo mande la mesma bula."                              


Era el filo de la media noche: una de esas noches del invierno montañés, "vintiscosa" y oscura como boca de lobo. A través de las montañas de nevadas cumbres, venía un viento que cortaba el rostro. 

Sinduco temblaba de miedo y de frío bajo los ruínes "melanes" que cubrían sus carnes. En sus ojucos negros se pintaba el temor de su espíritu. 

Cada árbol de los que bordeaban el angosto sendero, antojábansele al pobre cabrero "anjanas" gigantescas, que movían sus brazos enormes y amenazadores. 

Aquella tarde había tornado Sinduco a Quivierga, con media docena de cabras menos en su rebaño, y "tía Nela la bisoja" propietaria de aquella parte de recilla, que habia quedado en el monte temiendo que "daque lobón muertu de jambre o algún zorru indinu "encontrase regalado manjar en sus cabras" tresnas", había hecho al pobre Sinduco volver a la cuesta y "mirar toas las canalonas, torcas y cuevas" hasta dar con el paradero de las cabras extraviadas, entre las cuales se encontraba el "chivu viciosón" del rebaño. 

Sinduco, que me confiaba sus más íntimos secretillos, no hacia cosa alguna sin consultarla conmigo, y hétele en el "estragal" de la casa de mi güela, contándome indignado su cuita.  

"Asegúrete yo, Nelucu el míu, que esa viejona enroñecía ha de pagármelas toas juntas, ¡recolle! No ha de pasar muchu tiempu sin que la porra de Sindo la esboje daque cabra o la espeñe por un castru abaju, sin miajuca de pena... ¡Brujona y esmirriá de los demoños! Ahora güelve al monte, ya anochecíu y lluviendo, jechu una sopa y sin probar bocau... y rivienta, Sindo, que naide jará pucheros ni guitonás si te espeaza algún animalón... ¡Jioju con la tiona de los demongros!.. ¡Si juera tan amiga de jacer el bien como lo es del anisau!.."
    
El resultado de aquella visita de Sindo, fué que cerrando los oídos a las prohibiciones de la "probe mi güela" que tenía el "nietu más traviesu pecaju y tasugón de tou el indinu mundu, apegan a la ricilla como si viniera de casta de pastores", púseme una "pelliza", cogí la ahijá, calcé los "escarpines" y las albarcas pintas, y camino del monte, a la vera de Sindo, cantando siguidillas para espacir el miedo: 

"A la primer siguidilla" no la pude dar alientu, que al espenzar a cantar llevóme la voz el vientu"

Y para no cansar al lector con inútiles divagaciones, diréle que, después de algunas horas de peregrinación por aquellas cuestas resbalaízas, dimos tricha atrás y hétenos sin encontrar los picaros animalejos en las proximidades de la temida cueva de las Anjanas. Sinduco, que se dio cuenta de lo próximos que estábamos de la peña La Mena, dijome las palabras con que comienzan estas cuartillas, añadiendo acto seguido:  


"Vamos a metenos en el invernal de tiu Mesio jasta que pare de llover... Si quieres ver al probe Sinducu acaldau de un pitirriu en meta del camberón, no tienes más que jacer que pásale cercuca de la cueva y de alli al campusantu; digótelo de tou corazón. Vamonora esi invernal y jaremos lumbre У contaréte por qué no quiero pasar por esa cuevona endemoniá.

"Un güen día del inviernu diz que vinieron a Quivierga unos morones mu grandes, con unas anjanas mu majas, que eran las sus mujeres y las sus hijas. Vinian de Asturias, onde diz que los metieron una güena tullía... Ese sucediu pasó jaz muchos años, cuando la probe Quivierga era un puebluciu chicucu como Llendemozó y Fresnea. 


El casu jué que los morones y las sus anjanas escundiéronse en la cuevona de la peña La Mena, con toas sus riquezas, que diz que eran bien lucías. 

Los domingos y fiestas de guardar, cuando los vicinos iban a la misa, bajaban las anjanas y robaban las muy ladronicias las boronas qne las mujetes dejaban cuciendo en el lar; pero un día, una viejuca mu aguda discurrió dejar en el lar un ladrillu tapau con la ciniza y las brasas, y asi lo jicieron toas las mujeres. Las probes anjanas se alampaban las manos pero no soltaban el ladrillu, criendo que eran tortas. 

Las anjanucas diz que eran mu guapas, vestías de blancu, con unos pindientes grandones y reondos, de oru, y unas gargantillas relumbrantes. Ahora son unas viejucas enrreguñás que se apaecen de noche y se juntan a llorar en la brañuca de la peña. Van en ringlera con la cabeza agacha, llorando como unas desconsolás. 

Yo vilas una noche dende el coterucu del Verderu, y crií que me daba un relochiu... ¡Dios qué miedu! Al mesmu tiempu que las apaecias jacían la guitoná, el carabu que tíen el nial en la peña, daba unos quejios como un cristianu, que se le acababa el resuellu. 

A la anjana que yo mas miedu tengo, es a la anjanuca blanca... Diz que había en Quivierga un ovejeru mu guapu que una tarduca de truenos y relampaguíos asullose sin miedu a los morones en la entrá de la cueva. El tal pastor dicen los viejos que era el güelu del güelu del güelu de tia Tonina... ¡Cuántos años jará eso, recolle!.. Pos jue la cosa que salí" una anjana y alcontrose con el ovejeru y parlaron, y de aquello parla vino el enamoramientu; y toas las noches pelaban 1^ pava arrimaucos al acelal de la peña, dijéndose las querencias y las pitemitucas de los nuviazgos... Una noche mu oscura salieron unos morones y espeñaron a los enamoraos, que se estrellaron en las garnas de la canalona; y dende entonces toas las noches se apaez la anjanuca blanca blanca, dando unos gritíos con tou el griju.

Anjana, anjanueca, maja y guapuca; no jagas mal a la probe mozuca.

Toas las mozas cuando van a un coloñu de leña al monte los Maeros, dicen esi dichu. Los mozus tiene que quitase la boina y dicir por lo bajucu:

Anjana floría, es más güena que el pan de cada día.

Y cátate que el que no diz estas cosas es alampau por un mal que lu llaman el anjaneru, que no se quita jasta que se pasen tres noches seguías en el acebal de la peña y dijendo sin parar:

Peldá, peldá, anjanuca, ten piedá.

Y al mesmu tiempu que se diz esi rezu hay que tener los ojos cerraos pa no ver la salía de las anjanas viejas.

Y por no alcontrame con la anjanuca blanca, no paso de anochecíu por la peña de La Mena, mas que se pierdan toaslas cabras y chivos de Quivierga".

Sinducu cesó su parlar. Tumbados a la pampanarrota en la peña de hierba del pajar, dormidos el resto de la noche. Azotaba la vintisca y desgajábanse las cañas de las encinas y los cagigales...

Por el senderuco de la praería venía una moza madrugadora cantando:

A mí me gusta el labradorucu que se vaiga arar y a la media noche me venga a rondar con la pandereta, con el almirez, con las castañuelas que retumben bien... 

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