(Castilla gráfica, revista semanal (Madrid), nº 31, 14 septiembre 1924)
En más de una ocasión, y en este mismo sitio, se ha hablado en Castilla gráfica de la Mancomunidad castellana. Esta forma de organización regional cuenta con ardorosos defensores, pero también se muestran contrarios a ella ciertos sectores de la opinión pública. Acaso temen estos últimos el fracaso de una modalidad de gobierno regional, que requiere especial preparación y uso moderado para no incurrir en cantonalismos perniciosos.
Esta pugna de opiniones no es sino el reflejo de aquella otra colisión de principios que, en la vida política de los pueblos, está planteándose constantemente. Mientras unos piensan que el fraccionamiento de las pequeñas nacionalidades, en núcleos raciales o étnico, puede ser una garantía de paz y de venturas, creen otros que únicamente la creación de Estados poderosos-grandes agrupaciones mantenidas en estrecha unión por la fuerza de una firme organización política ha de contribuir a la felicidad y la tranquilidad de las gentes.
Entre estos dos modos de pensar solo hay una contradicción aparente. Ambos son perfectamente compatibles en la esfera del Derecho, y para lograr esa compatibilidad únicamente es necesario buscar una forma de pacto entre los pequeños núcleos, a fin de que, sin lesionar los intereses de las minorías, se verifique la fusión de éstas en una superior unidad política. En una palabra, trocar la espada de Napoleón por un Código de mutuo amor.
En еste sentido, y no en otro alguno, quisiéramos nosotros que se orientase la organización en Mancomunidades de las regiones españolas. Pactos basados en el odio o, por lo menos, en el recelo, nunca pueden ser fecundos.
Las provincias, al mancomunarse, han de tener en cuenta que para la inmensa labor común, todo cuanto signifique predominio de egoísmos y exaltaciones de amor propio, será contraproducente.
Castilla debe demostrar que no en vano supo vivir en tiempos pasados una vida intensa, no sólo en el orden político, sino en el económico y social. Una región como Castilla, que tuvo una organización gremial poderosa y admirable, y que supo oponer el avance de los imperialismos desbocados los pechos de sus comuneros; una región de tan altos vuelos políticos no puede sentirse acobardada ante el poblema de una nueva organización regional.
Ignoramos todavía el alcance que ha de darse a esta nueva forma de regir las provincias y las regiones, que el Directorio militar se propone implantar. Lo único que sabemos de cierto es que el Directorio aplaza por ahora ia implantación del nuevo régimen. Aspira tal vez a recoger una mayor suma de opiniones.
Castilla gráfica quiere aprovechar este paréntesis para ofrecer a sus lectores las opiniones de los hombres más representativos de Castilla acerca de este problema de la Mancomunidad. Personalidades relevantes de la región serán invitadas a exponer con toda sinceridad sus puntos de vista en cuestión de tanta trascendencia. Y asi, modestamenle, nuestra revista contribuirá a aportar opiniones que, por lo valiosas, convendrá que todos tengamos en cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario