(Castilla gráfica, revista semanal (Madrid), nº 23, 20 de julio de 1924)
El agudo y sutil periodista, D. José Ortega y Gasset, ha disertado últimamente desde las columnas de El Sol sobre problema tan trascendental como lo es actualmente, en este período de transición, la creación del Pariamento y su modo de funcionar.
Ha fracasado -viene a decirnos— y urge reformarlo, pues su fracaso no obedece a que sea un organo inadecuado de gobierno, sino porque vivía en un ambiente de plebeyez, de mezquindaz, de ruralismo.
Egoísmo y frivolidad que tenían sus raíces en la caciquería aldeana.
Con razón, Silverio Lanza —el gran escritor olvidado— atribuía todos los grandes males de la vida nacional a la labor devastadora de la plaga caciquil, incluso la falta de un arte español vigoroso, espléndido y fuertemente original.
Municipios, provincias y regiones sufrian el yugo del cacique, quien desde su cubil disponía a su antojo de los intereses enclavados en su comarca.
Municipios, provincias y regiones no desenvolvían libremente sus energías, pues una centralización carcomida por ese ruralismo ahogaba sus más cordiales anhelos.
¿Pero ha sido Castilla región amparadora y proPulsadora de este ceatralismo absorbente y caciquil?
¿Pero no ha sido Castilla la región que más ha sufrido por esa política de intereses de nuestros gobiernos, la más desatendida y olvidada?
En que se llegue a reconocer un carácter especifico a las regiones que las diferencie y personitique aunque no las separe, ni las enfrente se halla interesada vivamente la región castellana. Para vivir en plena armonía es preciso que todos nos conozcamos y respetemos. A una nación le hace falta la vitalidad de sus regiones. No importa que cada una trate de acentuar su carácter peculiar, racial, si tiene como denominador común el interés genérico de la raza, de la nación.
Y un Parlamento creado por esas regiones autónomas tendría la independencia y alteza de miras necesarias para un buen gobernar
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