(Diario de León, 10 de setiembre de 2002)
Por A.M. Benito
A finales de diciembre de 2001 acudí a la oficina censal de Alcalá de Henares, donde resido, a cumplir con mis deberes censales. Rellené todos los datos que me pedían los impresos correspondientes. Uno de los datos era «nacionalidad». Escribí «castellana». Una vez relleno el impreso donde se me pedía la nacionalidad, un funcionario lo leyó. Sonriendo me dijo: -Castilla independiente. -No soy independentista, Castilla independiente no. Pero Castilla sí es una nacionalidad histórica - repliqué. -La más importante nacionalidad histórica del Estado Español -añadí, al tiempo que desaparecía la sonrisa del funcionario, troncándose por un gesto de conformidad en el lenguaje corporal facial ante la firmeza y convicción íntimas de mis afirmaciones. A la vista del artículo segundo de la Constitución, a la vista de las realidades de Galicia, Euzkadi, Cataluña, Aragón, Baleares, Canarias, Navarra, a la vista de cómo es la realidad de Castilla, a la vista de cómo se hacen las cosas en el Estado Español, mi sentimiento es castellanista. Tengo dos nacionalidades, la castellana (por devoción, me sale de dentro) y la española (por obligación, es mi nacionalidad jurídica). Procuro cumplir bien tanto con mi devoción como con mi obligación. Son compatibles. Me encantaría que la nación (o nacionalidad) castellana colaborase en la gobernabilidad del Estado Español. Así, me encantaría que la nación (o nacionalidad) castellana colaborase fielmente con el Gobierno Español, aportándole cuatro (o más) ministros. Colaboración con el Estado Español, de acuerdo. Sumisión, pérdida de la propia personalidad, negación de lo castellano, jamás Castilla existe. Castilla quiere vivir. Es tontísimo defender la unidad de España a base de negar la existencia de Castilla. Sería como confundir el tocino con la velocidad.
Por A.M. Benito
A finales de diciembre de 2001 acudí a la oficina censal de Alcalá de Henares, donde resido, a cumplir con mis deberes censales. Rellené todos los datos que me pedían los impresos correspondientes. Uno de los datos era «nacionalidad». Escribí «castellana». Una vez relleno el impreso donde se me pedía la nacionalidad, un funcionario lo leyó. Sonriendo me dijo: -Castilla independiente. -No soy independentista, Castilla independiente no. Pero Castilla sí es una nacionalidad histórica - repliqué. -La más importante nacionalidad histórica del Estado Español -añadí, al tiempo que desaparecía la sonrisa del funcionario, troncándose por un gesto de conformidad en el lenguaje corporal facial ante la firmeza y convicción íntimas de mis afirmaciones. A la vista del artículo segundo de la Constitución, a la vista de las realidades de Galicia, Euzkadi, Cataluña, Aragón, Baleares, Canarias, Navarra, a la vista de cómo es la realidad de Castilla, a la vista de cómo se hacen las cosas en el Estado Español, mi sentimiento es castellanista. Tengo dos nacionalidades, la castellana (por devoción, me sale de dentro) y la española (por obligación, es mi nacionalidad jurídica). Procuro cumplir bien tanto con mi devoción como con mi obligación. Son compatibles. Me encantaría que la nación (o nacionalidad) castellana colaborase en la gobernabilidad del Estado Español. Así, me encantaría que la nación (o nacionalidad) castellana colaborase fielmente con el Gobierno Español, aportándole cuatro (o más) ministros. Colaboración con el Estado Español, de acuerdo. Sumisión, pérdida de la propia personalidad, negación de lo castellano, jamás Castilla existe. Castilla quiere vivir. Es tontísimo defender la unidad de España a base de negar la existencia de Castilla. Sería como confundir el tocino con la velocidad.
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