Por Aviceo [Isaac Antonio Vicente]
(Vida manchega, nº 14, 4 de julio de 1912, p. 1)
Regionalismo sobre el tapete de la actualidad, de entre todos los temas de interés el de las mancomunidades es el que triunfa. Y triunfa de tal modo, que hasta quiere traspasar la linde de nuestro campo, especie de coto en el que se niega la entrada a la política. Pero bien mirado, fácilmente nos explicamos la tentación, y aún la flaqueza nuestra de levantar el veto; el proyecto de las mancomunidades es al modo de una satisfacción a las aspiraciones regionales. Y aunque poco es bastante. La historia, la Naturaleza, el clima, las costumbres, el dialecto trazaron una línea divisoria entre una y otra región; y esto, que no es labor de los hombres, sino obra de los siglos, en las generaciones pasadas despertó cierto número de anhelos, más intensos a medida que la descendencia natural, siempre progresiva, de las razas ha evolucionado en sentido de paz,para reconcentrar todas las energías en la obra meritísima de la reconstitución de la industria y la hacienda patrias, base del bienestar social. Cierto que durante algún tiempo la palabra regionalismo fue escuchada en Castilla con prevención; verdad que hasta llegamos a confundirla con aquella otra, rebelde y antipatriótica, importada de las viejas Antillas a Cataluña. Esto motivó lo otro, aunque para ninguno de los dos casos hallemos justificación; la inconsciencia de los unos marchó a la par con la impresionabilidad de los otros, y eso fue todo. Luego pasó la nube, se agotaron las torrenteras, y en los cauces serenos, otra vez cristalizados, nuevamente resplandeció la verdad. Y la verdad decía imperativa; ¡Regionalismo! Pero ya esta vez se nos mostraba en forma de programa político, cuyo lema era ése, y cuya bandera podría tremolar en la montaña y en el llano, en las tierras del Pelayo y en las de Guzmán el Bueno, en Aragón como en Castilla... Se serenaron los espíritus, se despejaron las inteligencias, hubo un paréntesis de sosiego, y luego de parlamentar largo y tendido, la fe y la esperanza revolaron por sobre el país hispano... ¿Quién realizó el milagro? Permitidme que refresque vuestra memoria.
En Marzo de 1907 el gobierno de Maura presentó a las Cortes, suscrito por el tantas veces execrado ministro de la Gobernación D. Juan Lacierva, el concienzudo y amplísimo proyecto de administración local, en cuyo articulado se trazaban valientemente los jalones de la autonomía regional, e incluido en él este proyecto de ahora sobre las mancomunidades, entonces rechazado por los que ahora lo apadrinan; comprendía además toda la organización y régimen de los municipios, entidades representativas, de gobierno y administración, de las provincias, y cuanto con su vida autonómica pudiera tener relación. El solo anuncio del proyecto ahuyentó, más bien extinguió, la fatídica sombra del separatismo, y de rechazo hizo que se entibiaran los odios al centralismo, siempre absorbente y estéril siempre. La política de desatinos, errores y privilegios, vaciada en los viejos moldes, aplicada para todos los casos de todos los pueblos con igual pauta, como si no los diferenciara entre sí todo lo que hemos enumerado al comienzo, mediante el proyecto de administración local cambiaría de rumbo, respondiendo al crónico clamor de las regiones. Se aprobó el dictamen y sobrevino la caída del partido conservador. Pero al cambiar la situación política, la influencia de Cataluña hizo también cambiar de opinión a los que entonces combatieran las nuevas orientaciones autonómicas, y consecuencia de ello es este otro proyecto. ¿Es bueno? ¿Es malo? Resulta laberíntico en algunos casos, peligroso en determinadas ocasiones; se echa de ver la falta de seguridad, o de confianza, de su autor, acaso por ser contrario a sus convicciones, quien sabe si ante la incertidumbre de no contar con el voto de una mayoría afín, disciplinada y convencida, de espíritu amplio, verdaderamente liberal. En la parte orgánica adolece de aquella elevación de miras que animara al proyecto del ¡gobierno conservador; hay pobreza de ánimo en la concesión de atribuciones, se regate a la libertad autonómica con verdadera tacañería, hasta el punto de hacer de la Mancomunidad un organismo enclenque, sujeto a la tiranía política, a la imposición de partido, a la influencia caciquil en último término; y lo que no deja lugar a dudas es que, limitando las atribuciones de la Mancomunidad a cierto número de cosas, y habiendo de solicitar del gobierno la autorización para entender en otras, este hecho, por si sólo, implica trabazón enojosa sino un peligro; todos estamos al tanto de cómo se tramita un expediente en las dependencias del Estado, y más aún en los ministerios.
Pues con todo, la oposición sistemática al proyecto no nos parecerá bien. Como tampoco nos lo parece la afirmación que alguien tiene interés en repetir respecto al supuesto retroceso del régimen autonómico. Las regiones pueden desenvolverse tanto más cuanto menores trabas se opongan a sus iniciativas. Y tanto más ganará la nacionalidad cuanto mayor sea el progreso regional. Podrá discutirse esta afirmación; acaso sea rechazada por algunos —también las minorías se imponen—, que creen ver, o que les conviene ver en peligro la integridad de la patria; pero al fin se impondrá el régimen autonómico. ¡No veis que ya se disputan los partidos turnantes! Todo es cuestión de tiempo.
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