Por S. Valverde López
(Vida manchega, 28 de noviembre de 1912, p. 5)
Serrana, serranilla, /
que vas cantando, al hombro la gavilla /
y dejas la llanura /
donde todo su fuego el sol encierra /
buscando grata sombra en la espesura /
de la zarza florida de la sierra... /
En la apacible sombra del camino /
te agrada más el trino /
de un pájaro cercano, /
que el chirriar de las aspas del molino /
que clama victorioso por el llano.
Serrana, serranilla /
que dejas las llanuras de Castilla, /
llanos que, sin piedad, el sol caldea, /
y huyendo de ese fuego que derrama, /
buscas, lo que te brinda el Guadarrama /
la nevada casita de la aldea... /
El zagalón que un día /
te encontró en el sendero y muy garrido /
deslizó con suprema galanía /
palabras engañosas en tu oído, /
ya nunca te acompaña /
por el sendero gria de la montaña.
Aquel reír sonoro y abrileño /
de tu primer ensueño, /
ya no imita la fuente /
de música perlada, /
ni el agua bulliciosa del torrente /
ni el pájaro hablador de la enrramada. /
Todo pasó; la brisa /
no baja a la llanura /
el eco de tu risa; /
y ahora que vagas sola por la tierra /
llorando tu ventura, /
te aconsejo que dejes los pinares /
de las altivas cumbres de la sierra /
y bajea a los llanos de Castilla /
donde oirás placentera mis trovares /
pues para tí los hice, serranilla.
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