Castilla, un resurgimiento material necesario

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"Los que aseguran que es imposible no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo" (T. A. Edison).

martes, 3 de octubre de 2017

Una visión castellana del desequilibrio regional

Por Fabiá Estapé Rodríguez
 

(Portbou, 1923-Navatejera (León), 2012)
 

(Serra d'Or, vol. 6 (1964), nº 2-3, p. 22-23 )


La transcendencia de la localización regional del desarrollo económico sobre el núcleo de los problemas que han dificultado el simple curso de la vida española fue recogida y subrayada por Gregorio Fernández Díez en su obra El Valor de Castilla. El ejemplar consultado contiene una convocatoria autógrafa que dice: "Para el maestro-filósofo don José Ortega y Gasset, con el propósito que la lectura de estas páginas le induzca a investigar mi tesis: los problemas nacionalistas de Cataluña y Vasconia son producto de su potencia económica, y, por tanto, a los problemas económicos no hace falta buscarles soluciones políticas. Castilla es la clave del abanico peninsular".
 

Fernández Díez parte de una tesis concreta: la localización industrial constituye una fuente de conflictos; el remedio consiste en la diseminación. "Las comarcas interiores de España, la España castellana, avanzando teorías que después hemos de fundamentar más ampliamente, necesitan industrializarse, no solamente para activar su vida económica, sino también porque conceptuamos que el desnivel económico que separa una regiones de otras, además de contribuir a plantear los pleitos regionalistas o nacionalistas, presenta también otro matiz, no exento de peligro en caso de invasión nacional. Este aspecto es el de la eficiencia de la defensa del territorio". Para esto recomienda la dispersión industrial: "las nuevas, especialmente industriales, deben recoger el lugar apropiado para su mejor desarrollo y distribuir algunas por toda la nación, porque su concentración o localización, en muchos casos, no es beneficiosa sino a la comarca o a la población donde radican, pero bien poco a la nación en general". "Y no produce el mismo efecto la diseminación que el agrupamiento, ni en el aspecto económico ni en ninguno. Además la dispersión de los pequeños centros industriales contribuye tanto a la difusión de la riqueza como de la cultura, si bien reconocemos que todo progreso material o cultural tiene su origen en los grandes centros industriales o en las grandes poblaciones. Estas consideraciones bastarían para dar importancia al estudio del problema de la diseminación industrial, que equivale a reducir a sus términos, a estudiar los medios de industrializar mucho o poco todas las provincias de España tomando como base para esto sus riquezas naturales".

¿Por qué la necesidad de modificar la localización industrial? Los motivos se encuentran en una esfera superior a la de los factores económicos. En opinión de Fernández Díez, la contraposición económica litoral-interior (con predominio de la actividad industrial en la zona periférica) es cosa de todos los países. La singularidad del caso español radica en las implicaciones políticas que han resultado del desnivel económico interzonal. Consideramos su punto de vista: "España está también sujeta a estas mismas leyes geográficas, pero el fenómeno que diferencia en todo lugar el nivel económico de unas regiones sobre otras tiene aquí un relieve singular y una característica peculiar, por tal es causa y motivo de un desequilibrio político, que es como decir de un pleito con desviaciones de orden secesionista, que así podemos conceptuar el problema autonomista catalán, e incluso el vasco. Quizá no es una diferente distribución de las energías y las riquezas nacionales la única causa y fundamento de tales pleitos, pero no hace falta decirlo, es, sin discusión, la más poderosa, la más efectiva, la que más fuerza da a la voluntad de sus aspiraciones. Y que es así, no cabe dudarlo. El problema se ha ido agravando, ha ido tomando extensión y fuerza a medida que Cataluña consolidaba su importancia
industrial. En los días en los que es celebrada la Exposición Universal de Barcelona de 1888 es cuando despega la idea, la aspiración nacionalista. El problema no es puridad de diferenciación de personalidad, ni de derecho, ni de raza, ni de idioma, porque la antigua personalidad de Cataluña fue reconocida en la historia y siempre fue la misma; el derecho foral siempre fue respetado, aunque en la práctica nadie haga uso del mismo; la raza era, hace cuatro lustros, más pura que ahora, mezclada de sangre y de apellidos catalanes, y el idioma propio, más hablado que ahora, en el que el pueblo domina el idioma extraño. Siendo así, se dirá: ¿por qué no surgió el pleito, y aparece ahora, de treinta años a esta parte? La respuesta es sencilla: el pleito autonomista o nacionalista catalán se desarrolla y arraiga su desarrollo económico, y crece al compás
del crecimiento urbanístico de Barcelona y de la instalación de nuevas industrias".

La extensa citación revela la percepción notable de las consecuencias profundas del desnivel económico regional. El avance económico relativo conseguido en determinadas regiones actúa como fuerza decisiva en el planteamiento del que Fernández Díez denomina el "pleito político". De esta manera, que los otros factores concurrentes no conseguirían repercusión importante -susceptible de convertirse en problema para la vida nacional-, si no contaban con el consentimiento y el estímulo que supone el factor económico: "Todas aquellas pretendidas diferencias étnicas, lingüísticas, de historia, etc., sino venían sostenidas por la riqueza industrial,
no de Cataluña, sino de Barcelona, la fuerza comercial y financiera de la cual es potentísima, carecerían de valor. Sin el peso que representa Barcelona, con el millón de habitantes, que es sin discusión, en diferentes aspectos, la primera ciudad de España,
nosotros, sin afirmar rotundamente que no hubiese sido planteado el pleito político, nos permiten dudarlo". Y todo esto porque "son las chimeneas del llano del Llobregat y del Besós, y los convertidores, los martinetes y los cargadores instalados cerca de la ría de Bilbao
el origen de la jactancia y aun de la distinta apreciación política en las cuestiones nacionales". 


El planteamiento de la situación y su dinámica traen a Fernández Díez a denunaciar la incomprensión total con que fue interpretado tanto en los órganos de decisión como en los de opinión. "Para ser sinceros, por tanto, hemos de significar que si se hubiese comprendido el verdadero carácter de pleito nacionalista, que no han comprendido a Madrid ni un solo gobierno, ni un solo político, ni un solo periódico; si hubiese sido comprendido donde radicaba la esencia y la potencia, quizá no hibiese tomado un desagradable cariz ni tanta importancia". La incomprensión domina igualmente en el
volumen La Autonomía catalanista ante el Parlamento Nacional, donde están reproducidos discursos de Antonio Maura, Niceto Alcalá-Zamora, José Gascón y Marín, Alfons Sala, Víctor Pradera y el conde de Romanones. A pesar de sus grandilocuentes -señala Fernández Díez-, no acertaban la clave: no acertaban la clave porque "un problema de índole esencialmente econonómica no puede ser resuelto con procedimientos políticos. Un problema que surge principalmente del desnivel que existe entre la riqueza media de Cataluña (diríamos mejor de Barcelona) o la de Vizcaya y la de otras regiones y provincias de la nación, no tiene otra solución que procurar elevar el nivel de la fuerza económica de aquellas regiones más modestas o, si se quiere, más pobres. La acción de los gobiernos debe ir encaminada resueltamente, no para llenar la "Gaceta" de estatutos y reglamentos de cualquier género, que probablemente serán una farsa más, sino a impulsar la riqueza de las regiones pobres fomentando la actividad mediante la construcción de ferrocarriles, pantanos y, en general, de obras públicas. Y todo el resto son músicas celestiales. Si tan solo en dos lustros podíamos convertir Zaragoza, Córdoba y Valladolid en poblaciones de 150.000 almas, y León, Albacete
y Burgos en ciudades de 100.000 habitantes, y al compás de la población acrecentar la industria, la faz de Españasería muy diferente. Solamente creando media docena  de poblaciones fabriles en el interior de España, la geografía económica y política  nacional sería alterada en unos términos que pronto dejarían aquellos cacareados problemas que son artificiosa realidad o realidad artificiosa".

He aquí un esbozo de la solución contemplada en una época particularmente importante para la economía entre 1920 y 1930, y que consistía en industrializar el resto del Estado con la finalidad de conseguir nivelar económicamente, una mayor homogeneidad en la distribuición espacial de la riqueza y de las actividades económicas. Es muy posible que el remedio parezca hoy excesivamente simple ante la amplitud y la profundidad del fenómeno: un fenómeno que posee, además de causas económicas, otras causas de tipo muy diverso. Pero importa consignar el diagnóstico. La escasa atención que mereció en su tiempo la obra de Fernández Díez deja de ser
sorprendente, si consideramos el carácter excepcional que ha tenido entre nosotros -los economistas- la comprensión del fenómeno de las desigualdades económicas del conjunto del Estado español. Finalmente, es justo dejar constancia del criterio conciliador de Fernández Díez, el cual en las última página del libro alude a las posibilidades que ofrecerá el nivelamiento económico para una política de mayor flexibilidad: "Aclarada esta premisa, la generosa aceptación de las diversidades peninsulares sería una solución sin peligro, por el gran hinterland que ventiséis provincias representan, hace falta esperar todavía mucho: lo repetimos". 

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