(Heraldo de Zamora, 1 de octubre de 1932, p. 1)
Por Gregorio Fernández Díez
Es una lástima, pero también una realidad. La aprobación del Estatuto de Cataluña no ha producido la menor efusión. Ese hecho, fuera de Cataluña y descontando, desde luego ciertos antiprotocolarios actos en San Sebastián celebrados, algunos de los cuales casi recuerda la firma de tristes tratados de paz, no ha producido ni frío ni calor en ninguna parte.
La nota dominante ha sido ausencia de comentarios en la prensa. Así, el pretendido magno hecho histórico, cimiento de la nueva España, se ha consagrado, en medio de tan glacial indiferencia, que categóricamente puede afirmarse, visto el síntoma, que España, o cuando menos Castilla, no habiéndose conmovido ahora, no habría de conmoverse, por nada pasara lo que pasase, ni aunque fuera una catástrofe.
Si un día cualquiera, pues, Cataluña quiere ir más allá, ha de poder hacerlo tranquilamente. Y ello por una razón: porque en Europa hay otro pueblo tan comprensivo y tan cercano como Suecia y aun superior al país escandinavo por su conducta, que es Castilla, esta antigua y gloriosa "exnación" que tendrá que volver a ser la "nación castellana".
He dicho superior a Suecia, porque ésta, siquiera, le dijo a Noruega: tu libertad política requiere mi libertad aduanera, Castilla no ha dicho nada; pero lo habrá pensado.
Mas, por si no fuera así, los castellanistas tenemos el deber de orientarla, indicándole el camino a seguir. Ese camino es el que
puede conducirla rectamente a restaurar "nuestra" economía, a industrializar nuestra tierra y al propio tiempo a tratar de gobernar nuestra casa, nuestra región, nuestros hombres.
Castilla no gobernaba a nadie; no ejercía hegemonía alguna sobre nadie. Es más, ni siquiera se gobernaba a sí misma. Pues ahora nuestra interés y conveniencia están en que se nos otorgue la autonomía, "nuestra autonomía". Aquí, en la meseta Norte, hay una región con características propias en todos los órdenes; región histórica y geográfica; la gran cuenca del Duero que tiene derechos que yo estimulo.
No; no ha habido efusión con motivo de la concesión del Estatuto de Cataluña, porque no podría haberla. Y no podría haberla porque el Gobierno y las Cortes han resuelto un pleito en forma tan parcial que constituye una verdadera vejación para Aragón y Castilla. A la aspiración de Cataluña en cuanto significaba una autonomía, plena libertad de acción político-administrativa, nadie se oponía. Así se proclamó sinceramente en la Asamblea Palencia. Más allí transcendía el temor de que la nueva estructura política de España consistiere y acabara en otorgar a Cataluña un régimen de excepción y en ampliar a las Vascongadas el que ya está gozando. Y, ciertamente, la consagración de tal desafuero impulsa la repugnancia que nuestro país siente hoy contra quienes pasivamente han consentido la instauración de un régimen autonómico que eleva a unas regiones a la categoría de señoras y rebaja a otras a la servidumbre.
Esto me recuerda que en los Estados Unidos del Norte de América la organización política divide al país en Estados con su asamblea y Gobierno propio y "territorios" de esos Estados regidos despóticamente por gobernadores dependientes del Poder federal. Aquí, los Estados, por lo que se ve, van a ser Cataluña y Vasconia y los "territorios", Castilla, Aragón, Extremadura y demás pueblos meseteños. Recordemos que en los Estados Unidos los territorios son países donde han sido acorralados los "indios". Añadimos ya que el centralismo de Madrid, regido por los políticos de la periferia está visto que van a intentar someter a las regiones de las mesetas a trato de territorios, como si sus gentes "fuesen indios".
Para que tal no suceda, ha de ser preciso , castellanos, que recabemos "nuestra" autonomía. De otra suerte, preparaos a ser gobernados por otros hombres, por unos políticos que no sienten ni aman a Castilla, y por unos gobernadores que procederán de Galicia, de Cataluña o de Vasconia.
Ya en la actualidad aquellas regiones tienen, en cambio, gobernadores gallegos, catalanes y vascos. Si ese trato excepcional es o no una afrenta para Castilla, el lector lo dirá.
A Castilla se la lleva a un régimen de colonato por los políticos arribistas de Madrid, en servicio de las economías de los pueblos "fuertes". Y si no basta, se irá al despedazamiento y reparto de Castilla que, por lo visto, es la Polonia peninsular.
Para que tal no suceda, es necesario que el pueblo castellano, contra los políticos nefastos, se apreste a defender su derecho de autodeterminación, solicitando su autonomía. Todavía es hora oportuna. Así como así, por estos días anda estimulando don Indalecio Prieto a Vasconia para que aproveche el momento. Los vientos han cambiado. El señor Prieto, en 1918, arremetía furioso contra el nacionalismo catalán y vasco y se encaraba violento con Aranzadi y Cambó.
Todavía es hora de que Castilla solicite un trato de igualdad. Los Estatutos de Vasconia y Galicia serán tangible y acaso el de Valencia, que también se agita.
Castilla no debe quedar rezagada. Levante su voz y proclame que quiere vivir, pobre o rica, su vida; que quiere mandar en su casa, porque también tiene personalidad. Una personalidad que había querido borrar, fundiendo su alma en la de las demás regiones. Pero ante su estéril sacrificio, debe volver a su solar y reclamar con dignidad todos sus derechos.
Castilla, rectora de pueblos, ha demostrado tener gran capacidad política. En cuanto la ejercite de nuevo, volverá a ser ejemplo luminoso. Todavía en el debate constitucional nos recordaba su capacidad política don Fernando de los Ríos y asentía el señor Sánchez Albornoz, aunque éste como diputado ni aquel como ministro hayan defendido la generalización de las autonomías.
Si España se ha de desmoronar, ello ha de suceder pida o deje de pedir Castilla su autonomía. Y aun estoy por decir que hay más probabilidades de que otros pueblos vayan a la secesión si Castilla no la logra, porque si no la obtiene, el desequilibrio económico hoy existente entre Cataluña y Vasconia y otras regiones se ha de acentuar. Después de todo, este distinto grado de riqueza, esa superioridad burguesa ha sido la causa de que se plantearan estos problemas.
Yo espero que al reconcentrarse Castilla en sí misma, en orden a su desarrollo económico diera un salto. Riquezas naturales que explotar tiene muchas. Y vida propia también la tiene. Será más intensa o menos; pero desde luego, la gama de sus actividades es más variada de lo que se ha supuesto. Esto no lo saben muchos de nuestros inmerecidos parlamentarios ni la colección de detentadores de la intelectualidad castellana.
Porque tiene Castilla elementos suficientes para vivir su vida y capacidad política para regirse (aunque los derrotistas lo nieguen y los traidores traten de impedirlo); nuestra región, hoy avasallada, tiene el derecho y el deber de presentar su Estatuto y solicitar la autonomía que le devuelva "su libertad".